01 enero 1996

Clases magistrales de impunidad

Por Eduardo Galeano

Modelos para estudiar

Estos ejemplos tienen un indudable valor didáctico. Aquí
se relatan instructivas experiencias de la industria petrolera, que ama
la naturaleza con más fervor que los pintores impresionistas; se
cuentan episodios que ilustran la vocación filantrópica
de la industria militar y de la industria química; y se revelan
ciertas claves del éxito de la industria del crimen, que está
a la vanguardia de la economía mundial.


El escritor ahorcado

Las empresas petroleras Shell y Chevron han arrasado el delta del río
Níger. El escritor Ken Saro-Wiwa, del Pueblo ogoni de Nigeria,
lo denunció en un libro publicado en 1992: "Lo que la Shell
y la Chevron han hecho al Pueblo ogoni, a sus tierras y a sus ríos,
a sus arroyos, a su atmósfera, llega al nivel de un genocidio.
El alma del Pueblo ogoni está muriendo y yo soy su testigo".

Tres años después, a principios de 1995, el gerente general
de la Shell en Nigeria, Naemeka Achebe, explicó así el apoyo
de su empresa a la dictadura militar que exprime a ese país: "Para
una empresa comercial que se propone realizar inversiones, es necesario
un ambiente de estabilidad. Las dictaduras ofrecen eso". Unos meses
más tarde, a fines del 95, la dictadura de Nigeria ahorcó
a Ken Saro-Wiwa. El escritor fue ejecutado junto con otros ocho ogonis,
también culpables de luchar contra las empresas que han aniquilado
sus aldeas y han reducido sus tierras a un vasto yermo. Y muchos otros
habían sido asesinados antes por el mismo motivo.

El prestigio de Saro-Wiwa dio a este crimen cierta resonancia internacional.
El presidente de Estados Unidos declaró entonces que su país
suspendería el suministro de armas a Nigeria, y el mundo lo aplaudió.
La declaración no se leyó como una confesión involuntaria,
aunque lo era: el presidente de Estados Unidos reconocía que su
país había estado vendiendo armas al régimen carnicero
del general Sani Abacha, que venía ejecutando gente a un ritmo
de cien personas por año, en fusilamientos o ahorcamientos convertidos
en espectáculos públicos.

Un embargo internacional impidió después que ningún
país firmara nuevos contratos de venta de armas a Nigeria, pero
la dictadura de Achaba continuó multiplicando su arsenal gracias
a los contratos anteriores y a las addendas que por milagro se les agregaron,
como elixires de la juventud, para que esos viejos contratos tuvieran
vida eterna.

Los Estados Unidos venden cerca de la mitad de las armas del mundo y compran
cerca de la mitad del petróleo que consumen. De las armas y del
petróleo dependen, en gran medida, su economía y su estilo
de vida. Nigeria, la dictadura africana que más dinero destina
a los gastos militares, es un país petrolero. La empresa anglo-holandesa
Shell se lleva la mitad; pero la estadounidense Chevron arranca a Nigeria
más de la cuarta parte de todo el petróleo y el gas que
explota en los veintidós países donde opera.


El precio del veneno

Nnimmo Bassey, compatriota de Ken Saro-Wiwa, visitó tierras latinoamericanas
al año siguiente del asesinato de su amigo y compañero de
lucha. En su diario de viaje, cuenta instructivas historias sobre los
gigantes petroleros y sus impunes devastaciones.

En Curaçao, frente a las costas de Venezuela, la empresa Shell
erigió en 1918 una gran refinería, que desde entonces viene
echando humos venenosos sobre la pequeña isla. En 1983, las autoridades
locales mandaron parar. Sin incluir los perjuicios a la salud de los habitantes,
que son de valor inestimable, los expertos estimaron en 400 millones de
dólares la indemnización mínima que la empresa debía
pagar para que la refinería continuara operando.

La Shell no pagó nada, y en cambio compró impunidad a un
precio de fábula infantil: vendió su refinería al
gobierno de Curaçao, por un dólar, mediante un acuerdo que
liberó a la empresa de cualquier responsabilidad por los daños
que había infligido al medio ambiente en toda su jodida historia.

La mariposita azul

La impunidad es el producto más barato de cuantos se ofrecen en
el mercado internacional.

En 1994, la empresa petrolera Chevron (antes llamada Standard Oil of California)
gastó millones de dólares, quién sabe cuántos,
en una campaña publicitaria que exaltaba sus desvelos por el medio
ambiente en Estados Unidos. La campaña estaba centrada en la protección
que la empresa brindaba a una mariposita azul que corría peligro
de extinción. El refugio para las maripositas azules costaba a
la Chevron cinco mil dólares anuales, que es ochenta veces menos
que el costo de producción de un minuto de la propaganda que alababa
la vocación ecologista de la empresa, sin contar el precio mucho
mayor del tiempo de emisión de este bombardeo publicitario en las
pantallas de la televisión estadounidense.

Las maripositas azules que aleteaban en las pantallas habían encontrado
cariñoso hogar en la refinería El Segundo, en las arenas
del sur de Los Angeles. Y nadie, ni la propia empresa, niega que esta
refinería de la Chevron es una de las peores fuentes de contaminación
del agua, el aire y la tierra en toda California.


Este texto es un fragmento del libro de Eduardo Galeano Patas arriba.
La escuela del mundo al revés, Siglo Veintiuno Editores, México,
1996.