20 noviembre 2003

El pensamiento soberano (Reflexiones en un 20 de noviembre)

Por Roberto Miranda

Cuando Jorge Luis Borges era otro y su pluma no dialogaba con quienes
creían que el sol y la luna solamente salían en Europa,
escribió un texto breve titulado “El tamaño de mi esperanza”
(cuya lectura recomiendo fervientemente). Allí se lamentaba de
la indigencia intelectual argentina en los siguientes términos:
“Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra realidá pensada
es mendiga”.


Estas palabras -escritas en 1926 por alguien que pocos años después
se desentendería de nuestra realidá vital para internarse
en exóticos laberintos donde hasta el pensamiento se extravía-
suenan dramáticamente actuales, no obstante el tiempo transcurrido.


¿Qué argentino “culto” no ha experimentado, siquiera una
vez, la sensación de estar habitando un territorio que le es absolutamente
ajeno? ¿Quién, de esos argentinos, no está convencido
de que el resto de sus compatriotas son bárbaros irrecuperables,
pesados lastres que impiden el progreso de la Nación? En fin, ¿cuál
de ellos no implora, una vez al día por lo menos, que el país
que lo vio nacer se incorpore efectivamente al imperio de turno?

Ajenidad, prejuicio, mendicidad: los tres pilares sobre los que se asienta
una mente colonizada; es decir, la mente que ha accedido a los “beneficios”
de una instrucción (no educación) organizada para borrar
todo vestigio genuinamente nacional. De tal suerte, el así instruido
se cree culto, cuando en realidad no es más que un propalador de
ideas nacidas y desarrolladas en culturas extrañas, totalmente
legítimas, pero que repetidas aquí resultan absurdas, cuando
no criminales.


Raúl Scalabrini Ortiz, quien, al revés de Borges, abandonó
la “alta literatura” para dedicarse a pensar “en nacional”, escribía
en 1940: “No podemos ser más inteligentes que nuestro medio sin
ser perjudiciales a los que quisiéramos servir y a nosotros mismos.
Valemos cuanto vale la realidad que nos circunda”. Pero el argentino “culto”,
intoxicado por modelos que glorifican el esfuerzo y el sacrificio como
únicas herramientas para el desarrollo, no puede menos que escandalizarse
ante la siesta del santiagueño, la pachorra del serrano o el ensimismamiento
casi metafísico del hombre del altiplano. Entonces, por simple
asociación, concluye que nuestro atraso es consecuencia de una
malformación espiritual que nos condena a ser algo así como
subhumanos, incapaces de asumir un destino histórico propio, ni
siquiera de concebirlo.


Lo que no comprende, lo que no puede comprender, es que Argentina no
es Europa ni EEUU. Si desde niño ha sido instruido acerca de la
superioridad angloeuropea; si el prócer Sarmiento (tan criollo
como cualquiera) no se cansaba de despreciar al criollaje; si al prócer
Mitre no le temblaba la mano a la hora de exterminarlo; si el país
fue diseñado de acuerdo a los intereses que organizaron la instrucción
que recibe, no hay manera de que pueda comprender.

Los trasplantes de corazón, hígado y riñones sirven,
a veces, para salvar una vida. Los trasplantes culturales, en cambio,
son mortales para quienes los reciben. Valemos cuanto vale la realidad
que nos circunda. Es a partir de esa realidad, la nuestra, que debemos
edificar un destino. Tal vez parezca anacrónico, sobre todo cuando
la globalización decretada por el poder transnacional avasalla
cualquier intento o experiencia independiente. Sin embargo, el solo hecho
de que existan esos intentos, esas experiencias, indica que aún
no está dicha la última palabra.

Partir de nuestra realidad implica, primero, conocerla. Y para conocerla
es necesario descolonizar la mente, es decir, despojarla de esa instrucción
que le ha forjado una especie de segunda naturaleza en total contradicción
con su entorno. Segunda naturaleza que distorsiona la visión al
punto de que no se ve lo que está y se ve lo que no ha estado nunca.
La ficción es el hábitat del instruido, y en función
de ella actúa, piensa y proyecta.


Corroer esa segunda naturaleza hasta su desaparición supone desaprender
lo aprendido, desacostumbrarse a lo acostumbrado, deslegitimar lo legitimado.
En una palabra: situarse fuera de la ficción que se ha sumido como
real. Y desde ese “afuera” antes negado o ignorado –ese afuera que primero
se presenta como una soledad insoportable, como lo desconocido-, ejercer
una mirada implacable, aun contra el deslumbramiento que provoca lo “nuevo”.


La mente así descolonizada, recién entonces, puede comprender
que el pensamiento es consecuencia de esa mirada “virgen”, y no el subproducto
de lo que otros pensaron. Sólo en estas condiciones el pensamiento
recupera su soberanía, asentado sobre una realidad también
recuperada. Sólo de esta manera, no siendo “más inteligentes
que nuestro medio”, “nuestra realidad pensada” dejará de ser mendiga.


Es responsabilidad de los intelectuales desterrar definitivamente la
“intelligentzia” (“simple repetidora de envejecidas o exóticas
afirmaciones dogmáticas, cuyo poder de convicción reside
exclusivamente en el de la propaganda”, al decir de Arturo Jauretche)
y ejercitar -sin ajenidad, prejuicios ni mendicidad- la inteligencia.

31 julio 2003

La coyuntura política: La soledad de Kirchner

Por Ernesto Jauretche

“Tenemos una historia tras de nosotros.

La historia del futuro no nos perdonaría

el haber dejado de ser fieles a ella."

Juan Domingo Perón, 1974.


Los cambios (reales e imaginarios) en la política argentina ocurridos en los últimos 60 días son drásticos. Bien que todavía no se han orientado hacia la resolución de las cuestiones estructurales; pero el arbitrio acelerado y el carácter tajante de la gestión gubernamental, y la transformación en el humor social que esa dinámica ha ocasionado, convocan una sinergia que preanuncia terremotos. Los símbolos de poder (en rigor, todo lo que el Presidente tiene hasta ahora a su alcance producir) que “el estilo K” renueva a cada hora, alimentan la esperanza de volver a tener un gobierno, un Estado, un orden, una autoridad. Kirchner ha impreso un giro copernicano en el pensar y en el actuar del poder, que conmueven y entusiasman, generando algo más que una ilusión. Por fin, el país deja de esperar que el “mercado derrame”, para esperanzarnos detrás de una voluntad compartida del gobierno y la gente (digámoslo de una vez: el pueblo) en la construcción de nuestro destino.

Kirchner solo, disparado por encima de una crisis terminal de las instituciones sin la cual jamás hubiera siquiera arrimado al poder, rompió la apatía y se ha puesto a la vanguardia de una ola de anónimos e impacientes ejecutores que irrumpe con impulsos de definición en los infinitos frentes de tormenta que el país viene arrastrando sin resolver desde hace años. Pero está urgido por encauzar al resto de la sociedad en esa forma llana y terminante de hacer política y por operar a la brevedad una transición hacia la recuperación de la iniciativa del Estado, porque el poder que lo tiene de rehén no se ha jubilado. Sin embargo, apenas cuenta con el puro voluntarismo de un reducido núcleo de fieles jugados por sus sueños y no puede confiar en nada más allá de donde alcanza la vista. Kirchner se construye a sí mismo y con él se va constituyendo un Gobierno.

Kirchner solo y al margen del sistema político decrépito -incluso después de haber perdido en los únicos comicios nacionales que disputó- es resultado del colapso catastrófico del sistema de representaciones políticas, anunciado en el “que se vayan todos” y plasmado en el oportuno derrumbamiento de todo antagonismo electoral. Es la respuesta política que todos esperábamos y necesitábamos. ¿Cómo podría entenderse, si no, que haya llegado a la Presidencia sin partido ni organización social propia que lo sustente? Si es así, sería posible arriesgar más aun y decir: justamente llegó porque no tenía organización alguna del sistema político de la que fuera hijo. Entonces, también, sólo así podría atreverse a ser padre de un nuevo sistema de representaciones y una nueva forma de ejercicio del gobierno, porque carece de toda atadura previa. Es desde esa posición de privilegio que Kirchner puede mutar todas las reglas de juego a que los argentinos nos habíamos acostumbrado y sorprender haciendo simplemente lo que ordena el sentido común.

Mientras tanto, Kirchner no tiene –todavía- enemigos activos, ni tampoco –o demasiado escasos- amigos. Pero, al ligar su pensar/actuar a los intereses del pueblo, constituye una nueva identidad. Y esto, de por sí, le genera una confrontación con otros intereses, de unos pocos; los que se dieron en llamar “el mercado”, el establishment o, como se les decía antes: la oligarquía. En esa soledad, ni siquiera encuentra a su disposición el millar de hombres para ocupar los puestos de decisión que demanda el ejercicio del poder: tiene la representación alegórica del gobierno (el bastón y el ritual tehuelche con que inauguró la saga de gestos simbólicos el 25 de mayo), pero sólo podrá ejercerlo cuando se renueven los cuadros dirigentes y se haya enterrado la matriz neoliberal de pensamiento en la que se han formado los técnicos en condiciones de abordar los problemas de la administración pública. Con impúdica testarudez, las academias y fundaciones que capacitan y otorgan las patentes de corso siguen dando el prestigio -que replican los medios de comunicación- únicamente a quienes recitan el breviario ideológico dictado por Harvard para consumo de los infradotados “expertos” de la periferia. El gobierno, en este orden, no tiene un problema de falta de materia gris sino una cuestión de impertinencia epistémica: la cultura menemista lo ha podrido todo y hasta el fondo. Como resultado de ese sistema de complicidades entre las corporaciones, los organismos multinacionales de crédito, los institutos de enseñanza y el Estado neoliberal, el acervo de intelectuales capaces de hacerse cargo de administrar el cambio es admirable pero exiguo. Sin embargo, aunque está apremiado por reconstitución del campo adversario que se repone de la sorpresa, si el gobierno los invierte en la gestión se queda sin los cuadros organizativos imprescindibles para construir una base de sustentación político-partidaria.

Los que acompañan a Kirchner


Es ley de la política argentina que los grandes cambios suceden a la irrupción pacífica o violenta de movimientos políticos, sociales y culturales concientes y largamente procesados. Es ley de la política argentina que no son los líderes los que crean los movimientos sociales; son esos movimientos los que cuando encuentran su liderazgo se convierten en sujetos revolucionarios.

Puede dudarse que Kirchner sea producto de una reiteración de esa experiencia histórica, que tendría sus hitos en la irrupción que expresó la cruenta reacción social del 20 de diciembre y en el reflexivo proceso cultural que dio por tierra con las creencias instaladas desde 1976 y potenciadas en los 90 que proporcionaron legitimidad y consenso al “modelo”. Lo que no tiene discusión es que lo es en potencia. Y de ello derivan las obligaciones ciudadanas que surgen al calor del imperativo histórico del momento.

Inspirado en tal contingencia es que el prestigioso médico psicoanalista Sergio Rodríguez, marxista riguroso insospechable de la menor “desviación populista”, escribió en su “Psyche Navegante” lo que numerosos compañeros del campo popular no alcanzan a racionalizar:

“El accionar propio del gobierno, de sostenerse, le está generando una base social y política que puede reestructurar el cerco imaginario de creencias previas. Lo que hace la diferencia está entre aquellos que prefieren la expectativa y los que eligen la acción. No es una diferencia de orden moral, sino ético. Los abstinentes, al esperar, dejan todo en manos de los nuevos gobernantes. Con lo cual, si éstos están bien intencionados, los debilitan, y si están preparando una nueva trampa se la facilitan. No es momento de “balconear”, sino de pugnar porque la Argentina se reoriente hacia sus mejores tradiciones para generar, inventar, un futuro mejor. Sentirse ciudadano y no cliente obliga a tomar posición y a batallar activamente en defensa de las ilusiones. Se habrá sido así sujeto de su propia ciudadanía, sabiendo que eso no garantiza, ya que el sujeto es efecto no sólo de la acción propia y de los significantes emitidos por uno, sino también de los significantes-actos que respondan desde el lugar del Otro. Pero uno habrá asumido su responsabilidad de sujeto y no habrá quedado funcionando histéricamente, sujeto a la sola queja. El tiempo argentino, encontró su instante de ver con la primer serie de actos del presidente que hicieron entrar a la ciudadanía en el tiempo de comprender, o sea de desconcierto o de no comprender fácilmente lo que está ocurriendo. Por todo lo antedicho y haciéndonos cargo de la función de la prisa, se precipita el momento de apoyar aquellos actos del Presidente que vayan en el sentido de deseos mayoritarios a los que cada uno se sienta identificado. La finalidad es generar las mejores condiciones de posibilidad para llevar adelante el país y entrar en un nuevo tiempo de comprender. Una posición así no excluye la crítica, todo lo contrario, es orgánica a dicha posición”.

El Presidente Kirchner –por definición, entonces- carece de una "fuerza propia", de partido, de organización que lo respalde políticamente. Pero –intentando una interpretación desde otra óptica del texto de Rodríguez- hay allí, muy cerca, esperando, una multitud ignorada pero presente en la aquiescencia silenciosa que hoy lo sostiene, poco visible a los ojos pero tan concreta como la suma de las boletas que cada dos años depositan disciplinada y esperanzadamente en las urnas. Son los que ansían dejar de ser “la gente” para volver a ser “el pueblo”.

Esa es la verdadera fuerza de cualquier cambio: es el espíritu de la tierra, es la proyección de la Patria Grande, es la expresión conciente de las necesidades de las clases populares. No tiene forma ni líder ni caracterización clasista ni clasificación estadística, porque es en sí misma, en su esencia y en su presencia cada vez que se la demanda, allanando las contingencias de la política, quien da el sentido, la orientación, la causa, lo inmanente en la historia de la Patria de todos los argentinos. Más allá de toda discusión sobre su vigencia política, es el fenómeno peronista en el sentido amplio que adquiere el término, en tanto proyecto e imaginario, cultura y utopía; es el magma que forma con la tradición irigoyenista y federal, progresista e independiente de la factura mediática de los consensos, base redimida de sumisiones partidarias: es el movimiento nacional y popular. Sobre la potencia de su existencia descansa la posibilidad de la victoria del reclamo nacional por la dignidad y grandeza de la Nación y contra la pobreza y la desigualdad. Ese es el eslabón perdido, llamado por la historia a ampliar sus espacios de cooperación creando núcleos de convergencia tras los objetivos básicos comunes a todos los argentinos que se sintetizan en las Tres Banderas.

Nadie, seguramente ni Kirchner, sabe en qué terminará este salto mortal hacia el intento de recuperar independencia, soberanía y justicia. La gestión presidencial se sustenta únicamente en su propia dinámica, como en la bicicleta: si se detiene, se rompe el precario equilibrio. Esto sirve para ganar tiempo; pero si no se está preparado, en cuanto un obstáculo mayor lo obligue a detenerse, todo se caerá.

Por detrás del atleta que pedalea, van quedando tendidos en su estupor los defensores de un status quo que está saltando por los aires porque se desmorona su sustento ideológico ante el imperativo de la realidad y se renueva la voluntad de los que acompañan el devenir de los cambios con sus rudimentarias herramientas. Todo es improvisación, prueba de acierto y error, todo es nuevo. Mientras, se va preparando el gran combate con el establishment. A esa hora, como sea, va a hacer falta una gran movilización popular (de las conciencias, sobre todo), que al emanciparse del pensamiento único podrá otorgar al gobierno la fortaleza para sacudir las estanterías.

La utopía no sirve para llegar, sino para caminar, dice Galeano. Pero ocurre que el desplazamiento solitario de la gestión de gobierno hacia la crisis y sus espacios sociales y políticos, le granjea impensados soportes y fortalezas.

Lo respalda el general Hugo Chávez, que se proclama peronista; recibe el apoyo de Fidel, que requiere a una multitud de jóvenes de izquierda el apoyo al gobierno peronista “porque allí está la revolución posible”; inesperadamente, la posición de Kirchner corre por izquierda a Lula en la batalla estratégica contra el ALCA y en franca ofensiva consigue consenso continental para proyectar el MERCOSUR hacia el mercado común sudamericano.

La situación de Kirchner


Fiel a su consigna de campaña, el gobierno se corrió conceptual y éticamente, y ahora ocupa el lugar de lo nuevo: el nuevo país que entre cenizas del pasado y desventuras del presente nos legó “la década obscena” (que describe Puigbó en su tesis de ciencia política), sus nuevas organizaciones sociales crecidas en la rebeldía ética, su nueva cultura elaborada en la resistencia a la pérdida de la identidad nacional, sus jóvenes forjados en el nuevo saber político del rechazo. Una muchedumbre multiforme y desordenada, fraccionalmente orientada por anónimos pero experimentados cuadros, ya cansada de tirar piedras, que encuentra su oportunidad y se apresta a protagonizar la etapa para transformar el curso reivindicativo de sus luchas en organización capaz de acumular poder político al calor de los nuevos paradigmas. Fuerzas autónomas e independientes que irán desarrollándose y generando sus propias direcciones en el juego de las luchas que se avecinan.

“Debemos transformar la visión política de supervivencia que tuvimos en estos años de neoliberalismo, donde el eje estaba dado en el “en contra de...” y en una construcción política basada en el sujeto-cliente y el asistencialismo, generando participación y organización en todos los frentes, única forma de encuadrar a muchos militantes y profesionales que se han incorporado en estos años a la resistencia, fundamentalmente por el dolor que les producían la pobreza y la injusticia reinante”, afirman los compañeros de la Felipe Vallese de La Matanza.

Con esa materia prima deberá Kirchner y su gobierno, ahora o nunca, constituir su base social y su personalidad internacional en el mundo capitalista globalizado por las corporaciones sin ley y sin patria. Deberá hacerlo como dice Isabel Rauber desde el CTA: “Resulta fundamental dejar de pensar en minoría y como minoría, para entender la realidad social –su dinámica y transformación posible-, desde las mayorías, como mayoría y para las mayorías”. Pero advirtámoslo ya, en un país y un planeta donde no cabe soñar con el socialismo; aunque sí en un capitalismo integrado y digno, menos injusto, más ético: respetuoso de la ley y del estado de derecho, con instituciones confiables y seguridad jurídica. Adam Smith escribió “La riqueza de las naciones”, no de las trasnacionales, los capitales de rapiña y sus socios domésticos.

“¿Es posible una Patria para todos?”, se preguntan desde Neuquén los militantes del MP20. “Sí. La historia de nuestros pueblos nos lo demuestra. La construcción de otro proyecto histórico, apoyado en las necesidades e intereses populares, posible en su realización y justo en sus resultados sociales, es hoy la prioridad política. Y, para eso, se plantea la necesidad de que lo social vaya adquiriendo cada vez más organización política, que se proponga expresamente la construcción de poder. En este camino, debemos esforzarnos por construir un proyecto en el cual sus miembros sean sujetos protagonistas, creadores de su propia historia”.

A partir de la reconceptualización de la acción y la política, el gobierno que llegó enancado en una riesgosa maniobra política urdida por el talento de Duhalde, se vuelve libre de toda atadura: construye su propia base de sustentación apoyándose sobre los sufridos actores de la resistencia al “modelo” ejercida durante la última década: movimientos de desocupados, piqueteros, productores urbanos y rurales fundidos, trabajadores de fábricas recuperadas, jóvenes militantes sociales, intelectuales de izquierda, profesionales liberales y estudiantes sin futuro, luchadores contra los prejuicios y las discriminaciones, grupos religiosos inscriptos en la tradición judeo-cristiana, humanistas de humanismos varios, ecologistas, urbanistas, ruralistas, indigenistas, agrupaciones políticas dispersas, un nuevo sindicalismo de base, el núcleo contestatario reunido en torno al Foro Social Mundial, el movimiento antiglobalización neoliberal de trabajadores y clases medias progresistas, militantes desencantados que esperan en su casa, etcétera, etcétera, portadores de una ética de servicio y una moral de lucha que los hará sujetos de la revolución si se constituyen en alternativa política.

¿A qué se deben semejante consenso interno y respeto internacional?


La virtud de este gobierno es que comprendió que para despeñar al “modelo” hacia su el derrumbe definitivo y poner las bases del país que los argentinos queremos, hubo que cambiar al sujeto del pensamiento y la acción. Así es como lo interpreta Juan Puigbó: “Desde que asumió Kirchner, vivimos profundos cambios. Primero, se hace evidente que el mercado ya no regula lo social y el Estado retoma la centralidad de la política. Este Estado, así, se establece como regulador social que busca la conciliación de la sociedad en pos de objetivos comunes. Segundo y como consecuencia de lo anterior, hay un cambio en el sujeto de la política, que ya no es el mercado, sino que es el hombre. Y, tercero, el Presidente recupera para las relaciones sociales dos valores perdidos en la Década Obscena: la ética y la moral. La ética, que se hace presente en la centralidad del hombre, “el otro”, a quien reconocer necesidades, aspiraciones, derechos y obligaciones. Y la moral que, como decía Kant, si bien son ciencias distintas, una política sin moral no es política. Estos retornos, aunque el contexto sea diferente, nos retrotraen a los “días felices”. Ahora nos queda a todos asumir la responsabilidad de la hora”.

Este no es un cambio político: es una mudanza ética

Como consecuencia de los gestos que Kirchner emite, la sociedad se está volviendo sobre sí misma a buscar las soluciones postergadas; se reconoce, y lo acompaña con un nuevo comportamiento: el largo periodo que comenzó con el golpe del 76 se caracterizó por un individualismo extremo que hoy es objeto de repudio. Cada hombre se identifica con su Otro, generándose nuevas solidaridades que parecían erradicadas para siempre de la cultura argentina. Ya nadie observa como un acontecimiento acostumbrado la fiesta menemista, en la que tantos creyeron se estaba festejando el ingreso al Primer Mundo. Porque, como dice Kirchner: “El uno a uno fue una ilusión óptica de los gobiernos, de la sociedad y del FMI”, verdad que recién ahora asumimos. Los argentinos, dolorosamente, con modestia, tenemos ahora percepción de la realidad exterior y de lo que realmente somos: un país periférico orgulloso de su patrimonio físico y espiritual, que no reniega de su presente ni de su pasado, que no quiere imitar a nadie ni acepta relaciones carnales, que se sitúa en esta Nación para tener un destino universal.

Un país en serio. Que no es una quimera. Es una Nación que ocupa su lugar en la sociedad occidental, que respeta y hace respetar sus reglas de juego, que defiende sus valores y principios tanto como el trabajo de sus hijos, que produce y es capaz de emerger de la quiebra y el desprestigio a partir de la movilización de su fortaleza material y humana.

Un país en serio es un pueblo que se autoconvoca para recuperar los derechos que fueron conculcados, un gobierno que concede las libertades de la economía y la democracia moderna pero desde un Estado que brinda la protección que necesitan los más débiles. Es ésta la ética que deberá gobernar los criterios de la transición entre una economía dual de especulación a otra de distribución. Porque hay que pasar de una economía orientada a beneficiar a los que absorben la riqueza de otros a una economía para crear y repartir riquezas a partir del trabajo, como definen los compañeros de la Vallese.

La convocatoria a una épica

Entonces, las soluciones que Kirchner busca para la gente están ahora en la misma gente: el sujeto de la reconstrucción argentina sólo puede ser el hombre. Por eso, aunque sólo aspira alcanzar lo posible, el gobierno da una impresión épica. Tácitamente, nos indica que la transformación será difícil, pero es posible entre todos, movilizados en el ejercicio de una solidaridad nueva. “Es lo que muchos quisieran evitar. Mientras nosotros tengamos claridad de que eso es necesario para superar el drama que estamos viendo... te lo reitero, pues: ¡Se impone el retorno de la política!”, nos arenga el comandante bolivariano Hugo Chavez. “Fidel vino a la Argentina e hizo lo que tenía que hacer: política”, agregan los compañeros del MP20. “... no llamó a tomar YA el Palacio de Invierno, ni siquiera propuso el apoyo a los obreros mineros de ´Cracovia Oriental´... ¿Eso es ser ´reformista´, ´contrarrevolucionario´ o ´traidor´? ¿Cuál es la bronca? ¿Que no le pegó al gobierno? ¿Qué no planteó la huelga general revolucionaria por tiempo indeterminado y en ayunas? Para ser revolucionario no basta con leer a Marx o a Trotsky; es imprescindible hacerse carne con el pueblo, aprender, sentir, pensar y militar sin creerse un esclarecido”.

Porque es la hora de pasar del país del todos contra todos al país de todos para todos. Porque aprendimos de nuestra clase obrera que si todos los argentinos estamos mejor, a los trabajadores nos irá mejor. Porque nos enseñó Perón que ningún individuo se realiza en una sociedad que no se realiza. Porque a diferencia de los políticos que mandan pintar “Fulano conducción”, convencidos de que “mi victoria es la victoria de todos”, nosotros salimos a pintar “La Patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas” para que las paredes sean tribuna de doctrina, porque creemos que solamente “si todos ganamos, yo gano”.

Entonces, las soluciones para el pueblo y para el país están ahora en la misma Argentina: el sujeto de la reconstrucción de la Nación sólo puede ser el hombre y la mujer argentinos. La soluciones están en la militancia, que significa transformación de la realidad.

Sin arrogancia ni ideologismo Kirchner, implícitamente, por señorío de su pasado no negado, nos está diciendo: volvamos a la ética de los 70. Por eso invoca la memoria; no desde los estereotipos mezquinos de muchos de los viejos militantes de aquella época, sino desde la reivindicación del sentido heroico de la vida. Y porque el tiempo le da razón: la eficacia de la ofensiva enemiga no pudo impedir que la historia siguiera su marcha, ni que, a lo largo de los años, reciban su premio los ideales de justicia. El pueblo, dice Marechal, siempre recoge las botellas tiradas al mar.