13 noviembre 2004

Jauretche es ley

13 de noviembre, "Día del Pensamiento Nacional", a 93 años del nacimiento de Don Arturo Jauretche.

Es vigente la Ley Nacional que lo instituye, y requiere que las escuelas de todo el país incorporen sus enseñanzas
a los programas de estudio.

Es ya Ley Nacional la designación del 13 de noviembre como
"Día del Pensamiento Nacional". Se honra así
la figura señera de Don Arturo Jauretche, al celebrar en
su cumpleaños la vigencia del pensamiento y acción
política en la defensa de lo nacional, que él tan
elocuentemente representara.

Diversas conmemoraciones y actividades político-culturales
están siendo preparadas para celebrarlo, se difunden los
videos con los dibujos animados de seis zonceras jauretcheanas y
el documental testimonial Basta de Zonceras, y se espera el próximo
estreno del filme histórico-biográfico sobre Arturo
Jauretche escrito y dirigido por Ernesto Jauretche titulado "Saque
pecho, compañero".

La ley, promulgada por el Ejecutivo Nacional el 29 de diciembre
de 2003 bajo el número 25.844 y publicada en el Boletín
Oficial el 6 de enero de 2004, fue originalmente introducida a la
Cámara de Diputados por la diputada Silvia Martínez
y refrendada por sus colegas María del C. Falbo, Graciela
Giannetasio, José M. Díaz Bancalari, Hilda G. De Duhalde,
Mabel Muller, Rosa Tulio y Mónica Arnaldi, siendo su despacho
aprobado por esa cámara en la sesión del día
30 de noviembre del año 2000. En sus fundamentos destacaban
que "...en nombre de todos aquellos que encienden diariamente
el debate sobre los grandes temas nacionales, es que presentamos
este Proyecto de Ley, para que junto a la memoria de don Arturo
Jauretche, se fortalezca y crezca la intelectualidad nacional".

El proyecto es hoy realidad efectiva, al ser sancionada la ley con
fecha 26 de diciembre de 2003 por el Poder Legislativo.

De su breve texto destacamos el Artículo 3°, sobre el
que deberá llamarse la atención a todos los docentes
para su condigno cumplimiento.


Ley 25844

ARTICULO 1°.- Institúyese el día 13 de noviembre
"Día del Pensamiento Nacional", en homenaje al
nacimiento del escritor y pensador D. Arturo Martín JAURETCHE.

ARTICULO 2°.- Declárase de interés nacional las
actividades relacionadas con lo normado en el artículo 1°.

ARTICULO 3°.- Requerir del Consejo Federal de Educación
la incorporación de todos los temas relativos a la vida y
a la obra del escritor en los contenidos básicos comunes
de la EGB y Polimodal.

ARTICULO 4°.- Invítase a las provincias, a la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y a los municipios a adherir a las
propuestas de la presente ley.

ARTICULO 5°.- Comuníquese al Poder Ejecutivo.



DADA EN LA SALA DE SESIONES DEL CONGRESO ARGENTINO, EN BUENOS AIRES,
A LOS VEINTISEIS DIAS DEL MES DE NOVIEMBRE DEL AÑO DOS MIL
TRES.

01 noviembre 2004

La unidad del sur

Por Roberto Miranda (desde Córdoba)

El hombre es un espíritu, un complejo, que debe manifestarse,
que debe consumir sus instintos en el espacio y el tiempo; apareció
el hombre para manifestarse, para actuar según sus motivaciones.
La vanidad impide todo eso; el vanidoso muere frustrado, y tendrá
que repetir, pues vivió vidas, modos y pasiones ajenas, o mejor,
no vivió.


Hemos agarrado ya a Suramérica: Vanidad. Copiadas constituciones,
leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados;
copiadas todas las formas. (...)

¿Qué me importan la moral y la ley, a mí, el predicador
de la personalidad, de la auto-expresión, a mí, que amo
a Jesús y al diablo, a Bolívar y a (Juan Vicente) Gómez?...
No amo sino a los honrados con su propia alma. No escribo para los suramericanos
que tienen un metro que les impusieron los frailes españoles; no
escribo para los bogotanos (y bogotanos son de Quito, Lima, Santiago y
Buenos Aires), que nada han parido, que rezan como en Europa, legislan
como en Europa y que orinan como en Europa.

Fernando González

(escritor y pensador colombiano, 1895-1964)




Iberoamérica ha mirado ya demasiado hacia afuera; hay que saber
si lo que quiere es vivir o diluirse en el mundo. Lo que vive mantiene
una entidad autónoma, lo que muere se funde en el alma universal.

Manuel Ugarte



El próximo 9 de diciembre, nuestros mandatarios firmarán
el acta fundacional de la llamada “Unión Sudamericana”.


A 180 años de la batalla de Ayacucho, que significó la
independencia total respecto de España y el comienzo de la disgregación
territorial de nuestro continente, parece cobrar cuerpo el famoso y postergado
sueño de Bolívar.


Se trata de un acontecimiento histórico que los grandes medios
y los analistas políticos no se esfuerzan en reflejar, tal vez
porque lo consideran apenas un trámite administrativo sin mayores
consecuencias para el stablishment internacional. ¿Será
así?




El club de los indigentes


Lo cierto es que nuestros países llegan a la deseada Unidad en
condiciones que distan de ser las ideales. Más aún, da la
impresión de que esas condiciones resultan impedimentos insalvables
para tal objetivo.


Hagamos una breve lista que contemple las características sobresalientes
de la coyuntura que nos toca atravesar:


• Más del 50 % de la población suramericana bajo la línea
de pobreza, porcentaje que tiende a incrementarse día a día.

• Altas tasas de mortalidad infantil y analfabetismo.

• Conflictos interraciales en aumento y, como consecuencia, existencia
de actitudes separatistas.

• Economías dependientes, incapaces de generar recursos genuinos.

• Escasísima conciencia histórico-política, producto
de:

• Una Instrucción (pública y privada) orientada hacia el
desconocimiento de lo propio.

• La manipulación informativa que llevan a cabo las empresas periodísticas,
siempre al servicio de los intereses imperiales.

• La industria del entretenimiento, eficaz productora de imbéciles
en serie.


Suficientes factores para preocuparse, pero no es todo. Veamos ahora
otros aspectos, que en función del objetivo propuesto aparecen
casi como la negación del mismo:


• Brasil, amparado en su mayor industrialización, está
más interesado en convenios bilaterales con las potencias económicas
que en una estrategia de conjunto, y así lo hacen saber sus empresarios
cada vez que se presenta la oportunidad.

• Chile se niega sistemáticamente a negociar una salida al mar
para Bolivia, consecuente con una inveterada política exterior
basada en la agresión y apropiación de territorios.

• Perú y Ecuador no dejan de alentar conflictos limítrofes
entre sí.

• Los militares colombianos se introducen en territorio de Venezuela con
actitud provocadora, generando la reacción del gobierno de Chávez
que, además, debe enfrentar las turbias maquinaciones que urden
opositores y norteamericanos.

• En Argentina, la inmigración boliviana y paraguaya es vista como
una invasión, lo cual encubre un sentimiento discriminador muy
particular, ya que ese sentimiento no se extiende a europeos o yanquis.
En definitiva, esto marca el concepto que los argentinos tenemos de nosotros
mismos: europeos trasplantados.



Con todos estos lastres marchamos pomposamente hacia la Unión.
¿No estaremos actuando, otra vez, por reflejo, imitando el modelo
de Europa sin profundizar en nuestra realidad? ¿No será
que al Imperio le conviene apresurar nuestra integración a nivel
superestructural antes de que la integración se verifique desde
los cimientos, es decir, desde el auténtico despertar de nuestros
pueblos?


Admito que soy desconfiado, pero la culpa es de mi madre. Ella siempre
me decía: “Piensa mal y acertarás”.




Historia e identidad


Suramérica ostenta algunas características que subrayan
nuestra singularidad con respecto al resto del mundo:


• La presencia de importantes comunidades aborígenes.

• Un profuso mestizaje, producto de la colonización ibérica
y el aporte inmigratorio.

• Las lenguas castellana y portuguesa, también “mestizadas” con
las lenguas originarias.

• Cierta actitud heroica y hasta mesiánica, contemporizada con
un espíritu solidario y de genuina hospitalidad.


Si sacáramos provecho de estos atributos, tendríamos resuelto
el 50 % del problema; porque hasta el más imbécil entendería
por qué en Nuestra América nunca dará frutos comestibles
el árbol de Occidente: los que ha dado nos resultan indigestos,
más allá de su color y forma atractivos. Por eso, los modos
organizativos que hemos adoptado (copiándolos) tienen menos estabilidad
que un DT de fútbol.


La furia constituyente que alentó a nuestros alienígenas
próceres sólo se explica por la fascinación que ejercía
sobre ellos la “superioridad” angloeuropea, amén de los pingües
negocios que les proporcionaba la relación carnal con los extranjeros.


Muy distinta era la posición de Mariano Moreno, quien, en su Plan
de Operaciones, advertía: “...establecer leyes cuando han de desmoronarse
al menor ímpetu de un blando céfiro, depositándolas
dentro de un edificio, cuyos cimientos tan poco sólidos no presentan
aún más que vanas y quiméricas esperanzas, exponiendo
la libertad de la patria, la opinión de los magistrados y de los
pueblos a la mayor impotencia, que quizá el menor impulso de nuestros
enemigos, envolviéndonos en arroyos de sangre, tremolen otra vez
sobre nuestras ruinas el estandarte antiguo de la tiranía y el
despotismo; y por la debilidad de un gobierno se malograrían entonces
las circunstancias presentes, y más favorables a una atrevida empresa,
que se inmortalizaría en los anales de América, y desvanecidas
nuestras esperanzas seríamos víctimas del furor y de la
rabia”.


En términos casi idénticos, 24 años más tarde
escribía Juan Manuel de Rosas a Facundo Quiroga: “...la unión
y tranquilidad, pues, crea el gobierno general, la desunión lo
destruye, él es la consecuencia, el efecto de la unión,
no la causa, y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída,
porque nunca sucede sino convirtiendo en escombros toda la República.
No habiendo hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad,
menos mal es que no exista esa Constitución que sufrir los estragos
de su disolución”.


Porque la Patria no son las Instituciones y las leyes, como pensaba Echeverría.
La Patria son los hombres y el territorio que habitan, con todas sus virtudes,
riquezas y contradicciones. Pero aquel afán legalista (importado
de una realidad que no se compadecía con la nuestra), inherente
a una clase “ilustrada” que sólo tenía puesta su mira en
la acumulación y el exhibicionismo esnobista, llevó a privilegiar
los aspectos formales en detrimento de lo sustancial.


Así, el territorio americano se fragmentó en repúblicas
irreales (tan irreales como las visiones prodigiosas de Rivadavia, las
victorias militares de Mitre y los colonos nórdicos de Sarmiento),
porque es más fácil fabricar e imponer las leyes cuanto
más pequeña es la nación. Y los hombres, que en 1810
se sentían americanos, pasaron a ser argentinos, peruanos, uruguayos,
bolivianos, etc., cambiando de filiación en un abrir y cerrar de
ojos.




El dolor de ya no ser


En Argentina, las consecuencias de la disgregación territorial
fueron devastadoras. El país, orientado por Buenos Aires, dio olímpicamente
la espalda a Sudamérica, encandilado por el orden y el progreso
europeos. A tal punto llegó la fascinación, que aún
hoy una buena parte de los argentinos piensa que el hecho de haber nacido
aquí es producto de un accidente, de manera que muchos de nosotros
nos hemos puesto a rastrear el árbol genealógico a fin de
encontrar a aquel antepasado que posibilite solicitar nuestra nacionalidad
europea y abandonar, por fin, “este país de mierda”.


No nos bastó dejar de ser americanos, tampoco queremos ser argentinos.
Estamos incómodos en nuestro propio cuero. Nuestra condición
es “estar de paso”, y así la Argentina ha devenido un hotel, no
un hogar.


Cómo será el desconcierto (y cómo será que
el mismo viene de hace rato), que cuando decidimos encontrar una figura
fundacional, el Padre de la Patria, elegimos a alguien que apenas estuvo
17 años -de los 72 que vivió- en nuestras tierras americanas.
Por lo tanto, nunca entendió demasiado lo que pasaba por aquí,
al punto que en 1820 (después de la batalla de Cepeda, que significó
la derrota definitiva del Directorio centralista a manos de los caudillos
federales) llegó a decir a “sus hijos”: “El genio del mal os ha
inspirado el delirio de la federación. Esta palabra está
llena de muertes y no significa sino ruina y devastación”. ¿Acaso
podía saber que la ruina y la devastación tenía su
origen en el Puerto y no en las Provincias? ¿Acaso conocía
el sentimiento federal del criollaje, nacido para contrarrestar la prepotencia
y el entreguismo porteños? No. No podía saber ni conocer,
porque él, nuestro Padre, también estuvo “de paso”.


Y de esta transitoriedad nos enorgullecemos los argentinos. Decimos con
arrogancia: “Somos cosmopolitas”, que es lo mismo que decir: “No somos
chicha ni limonada”, con lo que la arrogancia muestra su costado vergonzante.


Eso sí, la cultura general de los argentinos es muy superior a
la del resto de los suramericanos. Pero ¿de qué me sirve
conocer la “Fenomenología del espíritu” de Hegel cuando
no puedo responder quiénes fueron ni qué pensaron aquí
Manuel Ugarte, Macedonio Fernández o Scalabrini Ortiz? ¿Qué
provecho puede proporcionarme conocer los detalles de la Guerra Civil
Española si ignoro lo que en esa misma época ocurría
en mi propia Patria?


En fin, un país que converge en un Puerto se acostumbra a mirar
el mar y lo que viene de él, mientras la tierra, a sus espaldas,
se convierte en baldío.




El tren fantasma


Luego de este interludio argentino, vuelvo al motivo principal del presente
artículo: la “Unión Sudamericana” que se avecina.


Así como en el S. XIX nos dividimos artificialmente por mirar
hacia fuera, hoy nos reunimos artificialmente por la misma razón.
Esgrimir que es necesario conformar un Bloque que pueda negociar en condiciones
de igualdad con los otros Bloques no hace más que abonar mi tesis:
seguimos actuando en función de lo externo.


¿Cuándo pondremos la mirada en nosotros? ¿Qué
ganamos con mostrar la imagen de la “familia unida” si puertas adentro
no nos reconocemos? ¿No perder el tren? ¿Eso ganamos?


¿Es que hacen falta más evidencias para convencernos de
que ese tren no marcha precisamente hacia la prosperidad y la felicidad
del género humano?


El Imperio ha cambiado su táctica y ahora nos hace creer que podemos
intervenir en la elaboración de las reglas del juego. “¡Muchachos,
llegó la hora de que todos participen del festín!”, parece
decirnos, con el solo objeto de que no tomemos el otro tren, el que nos
conviene. (En décadas pasadas cometimos el error de pensar que
el Imperio estaba en retirada o a punto de derrumbarse; no volvamos a
caer en él.)


Como suramericano no puedo oponerme a la Unidad del Sur, pero esa ansiada
Unidad debe sustentarse sobre bases reales, no en un ilusorio acuerdo
que ha de “desmoronarse al menor ímpetu de un blando céfiro”,
tal como nos advertía Moreno. Para ello es necesario darle una
solución satisfactoria y duradera a los aspectos que mencioné
en el primer apartado. ¿Están nuestros gobiernos a la altura
de las circunstancias? Creo que no, aunque no puedo menos que valorar
los gestos de algunos de ellos en el sentido de haber reinstalado en la
sociedad ciertos temas que parecían definitivamente archivados:
la desmitificación de la Deuda Externa y sus consecuencias, por
ejemplo.


Pero con gestos solamente no basta. Chávez fue bastante más
allá y, si bien casi le cuesta el gañote, sigue con mucha
más firmeza que sus prudentes colegas. Se me dirá que Chávez
puede hacerlo porque su país es el principal abastecedor de petróleo.
Aceptado, pero también es cierto que a los presidentes que lo precedieron
nunca se les ocurrió (por prudencia, cobardía o complicidad)
tomar el toro por las astas. También de Perón se dijeron
cosas parecidas a lo que se dice de Chávez, porque el cipayismo
no pierde oportunidad de descalificar los procesos que entrañan
la posibilidad de un desarrollo independiente.


Así las cosas, pasar de los gestos a los hechos concretos requiere
de inteligencia, profundas convicciones y valentía. Si nuestros
gobiernos no poseen esos atributos, o los mismos se presentan atenuados,
deberemos empujarlos, obligarlos a que los adquieran o potencien. De otro
modo, la “Unión Sudamericana” será apenas un eslabón
más de la cadena que nos ata al Imperio.




Invocación final


A pesar de no arrepentirme de nada de lo aquí expuesto, deseo
fervientemente estar equivocado y, si así fuera, seré el
primero en celebrarlo. Los hechos darán su veredicto.


Por otra parte, espero que los lectores hayan dispensado mi pobre erudición
y sabido disimular mi nula formación académica. En caso
contrario, me conformo con haberles acercado las citas de González
y Ugarte que encabezan este trabajo. En ellas está (casi) todo
dicho