13 noviembre 2004

Jauretche es ley

13 de noviembre, "Día del Pensamiento Nacional", a 93 años del nacimiento de Don Arturo Jauretche.

Es vigente la Ley Nacional que lo instituye, y requiere que las escuelas de todo el país incorporen sus enseñanzas
a los programas de estudio.

Es ya Ley Nacional la designación del 13 de noviembre como
"Día del Pensamiento Nacional". Se honra así
la figura señera de Don Arturo Jauretche, al celebrar en
su cumpleaños la vigencia del pensamiento y acción
política en la defensa de lo nacional, que él tan
elocuentemente representara.

Diversas conmemoraciones y actividades político-culturales
están siendo preparadas para celebrarlo, se difunden los
videos con los dibujos animados de seis zonceras jauretcheanas y
el documental testimonial Basta de Zonceras, y se espera el próximo
estreno del filme histórico-biográfico sobre Arturo
Jauretche escrito y dirigido por Ernesto Jauretche titulado "Saque
pecho, compañero".

La ley, promulgada por el Ejecutivo Nacional el 29 de diciembre
de 2003 bajo el número 25.844 y publicada en el Boletín
Oficial el 6 de enero de 2004, fue originalmente introducida a la
Cámara de Diputados por la diputada Silvia Martínez
y refrendada por sus colegas María del C. Falbo, Graciela
Giannetasio, José M. Díaz Bancalari, Hilda G. De Duhalde,
Mabel Muller, Rosa Tulio y Mónica Arnaldi, siendo su despacho
aprobado por esa cámara en la sesión del día
30 de noviembre del año 2000. En sus fundamentos destacaban
que "...en nombre de todos aquellos que encienden diariamente
el debate sobre los grandes temas nacionales, es que presentamos
este Proyecto de Ley, para que junto a la memoria de don Arturo
Jauretche, se fortalezca y crezca la intelectualidad nacional".

El proyecto es hoy realidad efectiva, al ser sancionada la ley con
fecha 26 de diciembre de 2003 por el Poder Legislativo.

De su breve texto destacamos el Artículo 3°, sobre el
que deberá llamarse la atención a todos los docentes
para su condigno cumplimiento.


Ley 25844

ARTICULO 1°.- Institúyese el día 13 de noviembre
"Día del Pensamiento Nacional", en homenaje al
nacimiento del escritor y pensador D. Arturo Martín JAURETCHE.

ARTICULO 2°.- Declárase de interés nacional las
actividades relacionadas con lo normado en el artículo 1°.

ARTICULO 3°.- Requerir del Consejo Federal de Educación
la incorporación de todos los temas relativos a la vida y
a la obra del escritor en los contenidos básicos comunes
de la EGB y Polimodal.

ARTICULO 4°.- Invítase a las provincias, a la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y a los municipios a adherir a las
propuestas de la presente ley.

ARTICULO 5°.- Comuníquese al Poder Ejecutivo.



DADA EN LA SALA DE SESIONES DEL CONGRESO ARGENTINO, EN BUENOS AIRES,
A LOS VEINTISEIS DIAS DEL MES DE NOVIEMBRE DEL AÑO DOS MIL
TRES.

01 noviembre 2004

La unidad del sur

Por Roberto Miranda (desde Córdoba)

El hombre es un espíritu, un complejo, que debe manifestarse,
que debe consumir sus instintos en el espacio y el tiempo; apareció
el hombre para manifestarse, para actuar según sus motivaciones.
La vanidad impide todo eso; el vanidoso muere frustrado, y tendrá
que repetir, pues vivió vidas, modos y pasiones ajenas, o mejor,
no vivió.


Hemos agarrado ya a Suramérica: Vanidad. Copiadas constituciones,
leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados;
copiadas todas las formas. (...)

¿Qué me importan la moral y la ley, a mí, el predicador
de la personalidad, de la auto-expresión, a mí, que amo
a Jesús y al diablo, a Bolívar y a (Juan Vicente) Gómez?...
No amo sino a los honrados con su propia alma. No escribo para los suramericanos
que tienen un metro que les impusieron los frailes españoles; no
escribo para los bogotanos (y bogotanos son de Quito, Lima, Santiago y
Buenos Aires), que nada han parido, que rezan como en Europa, legislan
como en Europa y que orinan como en Europa.

Fernando González

(escritor y pensador colombiano, 1895-1964)




Iberoamérica ha mirado ya demasiado hacia afuera; hay que saber
si lo que quiere es vivir o diluirse en el mundo. Lo que vive mantiene
una entidad autónoma, lo que muere se funde en el alma universal.

Manuel Ugarte



El próximo 9 de diciembre, nuestros mandatarios firmarán
el acta fundacional de la llamada “Unión Sudamericana”.


A 180 años de la batalla de Ayacucho, que significó la
independencia total respecto de España y el comienzo de la disgregación
territorial de nuestro continente, parece cobrar cuerpo el famoso y postergado
sueño de Bolívar.


Se trata de un acontecimiento histórico que los grandes medios
y los analistas políticos no se esfuerzan en reflejar, tal vez
porque lo consideran apenas un trámite administrativo sin mayores
consecuencias para el stablishment internacional. ¿Será
así?




El club de los indigentes


Lo cierto es que nuestros países llegan a la deseada Unidad en
condiciones que distan de ser las ideales. Más aún, da la
impresión de que esas condiciones resultan impedimentos insalvables
para tal objetivo.


Hagamos una breve lista que contemple las características sobresalientes
de la coyuntura que nos toca atravesar:


• Más del 50 % de la población suramericana bajo la línea
de pobreza, porcentaje que tiende a incrementarse día a día.

• Altas tasas de mortalidad infantil y analfabetismo.

• Conflictos interraciales en aumento y, como consecuencia, existencia
de actitudes separatistas.

• Economías dependientes, incapaces de generar recursos genuinos.

• Escasísima conciencia histórico-política, producto
de:

• Una Instrucción (pública y privada) orientada hacia el
desconocimiento de lo propio.

• La manipulación informativa que llevan a cabo las empresas periodísticas,
siempre al servicio de los intereses imperiales.

• La industria del entretenimiento, eficaz productora de imbéciles
en serie.


Suficientes factores para preocuparse, pero no es todo. Veamos ahora
otros aspectos, que en función del objetivo propuesto aparecen
casi como la negación del mismo:


• Brasil, amparado en su mayor industrialización, está
más interesado en convenios bilaterales con las potencias económicas
que en una estrategia de conjunto, y así lo hacen saber sus empresarios
cada vez que se presenta la oportunidad.

• Chile se niega sistemáticamente a negociar una salida al mar
para Bolivia, consecuente con una inveterada política exterior
basada en la agresión y apropiación de territorios.

• Perú y Ecuador no dejan de alentar conflictos limítrofes
entre sí.

• Los militares colombianos se introducen en territorio de Venezuela con
actitud provocadora, generando la reacción del gobierno de Chávez
que, además, debe enfrentar las turbias maquinaciones que urden
opositores y norteamericanos.

• En Argentina, la inmigración boliviana y paraguaya es vista como
una invasión, lo cual encubre un sentimiento discriminador muy
particular, ya que ese sentimiento no se extiende a europeos o yanquis.
En definitiva, esto marca el concepto que los argentinos tenemos de nosotros
mismos: europeos trasplantados.



Con todos estos lastres marchamos pomposamente hacia la Unión.
¿No estaremos actuando, otra vez, por reflejo, imitando el modelo
de Europa sin profundizar en nuestra realidad? ¿No será
que al Imperio le conviene apresurar nuestra integración a nivel
superestructural antes de que la integración se verifique desde
los cimientos, es decir, desde el auténtico despertar de nuestros
pueblos?


Admito que soy desconfiado, pero la culpa es de mi madre. Ella siempre
me decía: “Piensa mal y acertarás”.




Historia e identidad


Suramérica ostenta algunas características que subrayan
nuestra singularidad con respecto al resto del mundo:


• La presencia de importantes comunidades aborígenes.

• Un profuso mestizaje, producto de la colonización ibérica
y el aporte inmigratorio.

• Las lenguas castellana y portuguesa, también “mestizadas” con
las lenguas originarias.

• Cierta actitud heroica y hasta mesiánica, contemporizada con
un espíritu solidario y de genuina hospitalidad.


Si sacáramos provecho de estos atributos, tendríamos resuelto
el 50 % del problema; porque hasta el más imbécil entendería
por qué en Nuestra América nunca dará frutos comestibles
el árbol de Occidente: los que ha dado nos resultan indigestos,
más allá de su color y forma atractivos. Por eso, los modos
organizativos que hemos adoptado (copiándolos) tienen menos estabilidad
que un DT de fútbol.


La furia constituyente que alentó a nuestros alienígenas
próceres sólo se explica por la fascinación que ejercía
sobre ellos la “superioridad” angloeuropea, amén de los pingües
negocios que les proporcionaba la relación carnal con los extranjeros.


Muy distinta era la posición de Mariano Moreno, quien, en su Plan
de Operaciones, advertía: “...establecer leyes cuando han de desmoronarse
al menor ímpetu de un blando céfiro, depositándolas
dentro de un edificio, cuyos cimientos tan poco sólidos no presentan
aún más que vanas y quiméricas esperanzas, exponiendo
la libertad de la patria, la opinión de los magistrados y de los
pueblos a la mayor impotencia, que quizá el menor impulso de nuestros
enemigos, envolviéndonos en arroyos de sangre, tremolen otra vez
sobre nuestras ruinas el estandarte antiguo de la tiranía y el
despotismo; y por la debilidad de un gobierno se malograrían entonces
las circunstancias presentes, y más favorables a una atrevida empresa,
que se inmortalizaría en los anales de América, y desvanecidas
nuestras esperanzas seríamos víctimas del furor y de la
rabia”.


En términos casi idénticos, 24 años más tarde
escribía Juan Manuel de Rosas a Facundo Quiroga: “...la unión
y tranquilidad, pues, crea el gobierno general, la desunión lo
destruye, él es la consecuencia, el efecto de la unión,
no la causa, y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída,
porque nunca sucede sino convirtiendo en escombros toda la República.
No habiendo hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad,
menos mal es que no exista esa Constitución que sufrir los estragos
de su disolución”.


Porque la Patria no son las Instituciones y las leyes, como pensaba Echeverría.
La Patria son los hombres y el territorio que habitan, con todas sus virtudes,
riquezas y contradicciones. Pero aquel afán legalista (importado
de una realidad que no se compadecía con la nuestra), inherente
a una clase “ilustrada” que sólo tenía puesta su mira en
la acumulación y el exhibicionismo esnobista, llevó a privilegiar
los aspectos formales en detrimento de lo sustancial.


Así, el territorio americano se fragmentó en repúblicas
irreales (tan irreales como las visiones prodigiosas de Rivadavia, las
victorias militares de Mitre y los colonos nórdicos de Sarmiento),
porque es más fácil fabricar e imponer las leyes cuanto
más pequeña es la nación. Y los hombres, que en 1810
se sentían americanos, pasaron a ser argentinos, peruanos, uruguayos,
bolivianos, etc., cambiando de filiación en un abrir y cerrar de
ojos.




El dolor de ya no ser


En Argentina, las consecuencias de la disgregación territorial
fueron devastadoras. El país, orientado por Buenos Aires, dio olímpicamente
la espalda a Sudamérica, encandilado por el orden y el progreso
europeos. A tal punto llegó la fascinación, que aún
hoy una buena parte de los argentinos piensa que el hecho de haber nacido
aquí es producto de un accidente, de manera que muchos de nosotros
nos hemos puesto a rastrear el árbol genealógico a fin de
encontrar a aquel antepasado que posibilite solicitar nuestra nacionalidad
europea y abandonar, por fin, “este país de mierda”.


No nos bastó dejar de ser americanos, tampoco queremos ser argentinos.
Estamos incómodos en nuestro propio cuero. Nuestra condición
es “estar de paso”, y así la Argentina ha devenido un hotel, no
un hogar.


Cómo será el desconcierto (y cómo será que
el mismo viene de hace rato), que cuando decidimos encontrar una figura
fundacional, el Padre de la Patria, elegimos a alguien que apenas estuvo
17 años -de los 72 que vivió- en nuestras tierras americanas.
Por lo tanto, nunca entendió demasiado lo que pasaba por aquí,
al punto que en 1820 (después de la batalla de Cepeda, que significó
la derrota definitiva del Directorio centralista a manos de los caudillos
federales) llegó a decir a “sus hijos”: “El genio del mal os ha
inspirado el delirio de la federación. Esta palabra está
llena de muertes y no significa sino ruina y devastación”. ¿Acaso
podía saber que la ruina y la devastación tenía su
origen en el Puerto y no en las Provincias? ¿Acaso conocía
el sentimiento federal del criollaje, nacido para contrarrestar la prepotencia
y el entreguismo porteños? No. No podía saber ni conocer,
porque él, nuestro Padre, también estuvo “de paso”.


Y de esta transitoriedad nos enorgullecemos los argentinos. Decimos con
arrogancia: “Somos cosmopolitas”, que es lo mismo que decir: “No somos
chicha ni limonada”, con lo que la arrogancia muestra su costado vergonzante.


Eso sí, la cultura general de los argentinos es muy superior a
la del resto de los suramericanos. Pero ¿de qué me sirve
conocer la “Fenomenología del espíritu” de Hegel cuando
no puedo responder quiénes fueron ni qué pensaron aquí
Manuel Ugarte, Macedonio Fernández o Scalabrini Ortiz? ¿Qué
provecho puede proporcionarme conocer los detalles de la Guerra Civil
Española si ignoro lo que en esa misma época ocurría
en mi propia Patria?


En fin, un país que converge en un Puerto se acostumbra a mirar
el mar y lo que viene de él, mientras la tierra, a sus espaldas,
se convierte en baldío.




El tren fantasma


Luego de este interludio argentino, vuelvo al motivo principal del presente
artículo: la “Unión Sudamericana” que se avecina.


Así como en el S. XIX nos dividimos artificialmente por mirar
hacia fuera, hoy nos reunimos artificialmente por la misma razón.
Esgrimir que es necesario conformar un Bloque que pueda negociar en condiciones
de igualdad con los otros Bloques no hace más que abonar mi tesis:
seguimos actuando en función de lo externo.


¿Cuándo pondremos la mirada en nosotros? ¿Qué
ganamos con mostrar la imagen de la “familia unida” si puertas adentro
no nos reconocemos? ¿No perder el tren? ¿Eso ganamos?


¿Es que hacen falta más evidencias para convencernos de
que ese tren no marcha precisamente hacia la prosperidad y la felicidad
del género humano?


El Imperio ha cambiado su táctica y ahora nos hace creer que podemos
intervenir en la elaboración de las reglas del juego. “¡Muchachos,
llegó la hora de que todos participen del festín!”, parece
decirnos, con el solo objeto de que no tomemos el otro tren, el que nos
conviene. (En décadas pasadas cometimos el error de pensar que
el Imperio estaba en retirada o a punto de derrumbarse; no volvamos a
caer en él.)


Como suramericano no puedo oponerme a la Unidad del Sur, pero esa ansiada
Unidad debe sustentarse sobre bases reales, no en un ilusorio acuerdo
que ha de “desmoronarse al menor ímpetu de un blando céfiro”,
tal como nos advertía Moreno. Para ello es necesario darle una
solución satisfactoria y duradera a los aspectos que mencioné
en el primer apartado. ¿Están nuestros gobiernos a la altura
de las circunstancias? Creo que no, aunque no puedo menos que valorar
los gestos de algunos de ellos en el sentido de haber reinstalado en la
sociedad ciertos temas que parecían definitivamente archivados:
la desmitificación de la Deuda Externa y sus consecuencias, por
ejemplo.


Pero con gestos solamente no basta. Chávez fue bastante más
allá y, si bien casi le cuesta el gañote, sigue con mucha
más firmeza que sus prudentes colegas. Se me dirá que Chávez
puede hacerlo porque su país es el principal abastecedor de petróleo.
Aceptado, pero también es cierto que a los presidentes que lo precedieron
nunca se les ocurrió (por prudencia, cobardía o complicidad)
tomar el toro por las astas. También de Perón se dijeron
cosas parecidas a lo que se dice de Chávez, porque el cipayismo
no pierde oportunidad de descalificar los procesos que entrañan
la posibilidad de un desarrollo independiente.


Así las cosas, pasar de los gestos a los hechos concretos requiere
de inteligencia, profundas convicciones y valentía. Si nuestros
gobiernos no poseen esos atributos, o los mismos se presentan atenuados,
deberemos empujarlos, obligarlos a que los adquieran o potencien. De otro
modo, la “Unión Sudamericana” será apenas un eslabón
más de la cadena que nos ata al Imperio.




Invocación final


A pesar de no arrepentirme de nada de lo aquí expuesto, deseo
fervientemente estar equivocado y, si así fuera, seré el
primero en celebrarlo. Los hechos darán su veredicto.


Por otra parte, espero que los lectores hayan dispensado mi pobre erudición
y sabido disimular mi nula formación académica. En caso
contrario, me conformo con haberles acercado las citas de González
y Ugarte que encabezan este trabajo. En ellas está (casi) todo
dicho


 

16 octubre 2004

El Che y Perón un solo corazón

Por Ernesto Jauretche
¿Cómo vivimos aquellos infaustos días que rodearon
al 8 de octubre de 1967 los jóvenes militantes peronistas de las
todavía rudimentarias organizaciones de la JP que se preparaban
para pasar de la resistencia a la ofensiva? ¿Qué relación
hallábamos entre Perón y el Che? ¿Podríamos
afirmar fundadamente que Perón fue guevarista y el Che peronista?


El Che era la conducción ética de la revolución:
el hombre nuevo. Perón era la conducción concreta de la
revolución: el líder de un Movimiento de Liberación
Nacional. Ambos tenían la misma perspectiva sudamericana de la
revolución y compartían el mismo enemigo: el imperialismo
norteamericano.


Por eso podíamos coincidir y disentir a la vez, con ambos.


Podíamos disentir con el Che cuando planteaba las estrategias
de la acción para alcanzar los objetivos revolucionarios: sobre
todo con la idea de el “foco”. A la juventud peronista le costaba mucho
entender el concepto de vanguardia. Porque nos movíamos en una
corriente de pensamiento que tenía como sujeto de la revolución
a la unidad de todas las clases en la defensa de los intereses de la Nación
frente al imperialismo. Y veníamos de una experiencia obrera real
y no imaginaria: no sentíamos que hiciera falta el foco para despertar
la conciencia de la clase; sólo había que esperar a que
madurase en la lucha. Nuestros trabajadores, mayoritariamente peronistas,
eran “la columna vertebral del Movimiento”. Abrevábamos en una
idea de la insurrección, que implicaba si no evitar al menos postergar
los conflictos interclasistas. Pero coincidíamos en que la revolución
iba a ser producto de un hombre nuevo, que la forma hace al contenido
y que refundar la Nación, como nos proponíamos, iba a exigir
el abandono de las viejas prácticas liberales, reivindicar la nobleza
de la política y hacer de la militancia un ejército épico
munido de los más sólidos principios éticos. Y que
ese hombre nuevo debía conducir el proceso, bajo el paradigma de
la clase trabajadora.


Podíamos disentir con Perón cuando, desde la realpolitik,
seguía aferrado al ya anacrónico planteo de la revolución
democrático burguesa, en medio de un mundo donde las luchas populares
eran por el socialismo. Por eso, reivindicando el espíritu crítico
que debe animar toda militancia, salimos a decirle un día que “Está
lleno de gorilas el gobierno popular”. Pero cuando había que pelear
por las convenciones paritarias para conseguir aumentos de salarios para
o desestabilizar al “partido militar” progresando en la acumulación
de poder, la estrategia válida era la de Perón y no la del
Che. Y como la revolución es un proceso de construcción
de relaciones de fuerza, para combatir al formidable poder del régimen,
en Perón encontrábamos el eje de la unidad y al rector de
una estrategia de conjunto, con todas sus alas y destacamentos desplegados.


Perón y el Che deben haberse encontrado muchas veces en sus planteos
revolucionarios. No es esta una presunción infundada. Incluso hay
fuentes consistentes que relatan el encuentro cara a cara de los dos,
en 1964. Pero concurrían al encuentro desde diferentes lugares.
Para Perón, el Che podía ser parte de su estrategia de manejo
de un dispositivo de conjunto. Sobre todo porque para Perón, y
para los peronistas, la revolución cubana no es importante porque
sea socialista sino porque es una revolución de emancipación
nacional. Mientras, para el Che, las masas de trabajadores lideradas por
Perón eran el sujeto real de su proyecto revolucionario para el
extremo sur de la América del Sur que quería liberar.


Por otro lado, si para Perón el Che era “el más grande
revolucionario de América”, para el Che, Perón era un ya
legendario y bien probado latinoamericanista y anttimperialista. No puede
haberle pasado imperceptible el acuerdo del ABC que Perón había
firmado en 1951 con Chile y Brasil, acta fundacional y rumbo concreto
de la integración y presumiblemente una de las principales causas
de su derrocamiento.


Pero Perón era General, y para un militar, cuando se lleva la
política al terreno de la guerra y se pierde, es que se perdió
la política. Sólo la visión genial del estadista
que había en Perón puede haberle dictado aquella famosa
carta del 8 de octubre de 1967, donde adivina el tamaño que adquiriría
la figura del Che después de su sacrificio en Bolivia: “Nos sentimos
hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo
cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación.
Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión
enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad
de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres
del Pentágono mantienen a los pueblos oprimidos.


Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven
más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica:
ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara.


Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás
el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de
sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia
de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que
hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir...”


El punto de encuentro entre el Perón de 1967 y el Che sobresale
en este párrafo de esa carta: “Su vida, su epopeya, es el ejemplo
más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los jóvenes
de toda América Latina”. Es impresionante que Perón pudiera
mirar el futuro a la distancia, porque en esos momentos Guevara era muy
resistido por los sectores tradicionales del Movimiento. Sin embargo,
si alguna fracción del peronismo hubiera querido hacer profesión
de un antagonismo, quedaba expresamente desautorizada por el propio Perón.


El héroe colectivo que es el pueblo, se mueve cuando el objetivo
es trascendente: la emancipación nacional, la soberanía
popular, la justicia social, el socialismo, la Nación Latinoamericana.
Perón era profundamente sanmartiniano y como el Libertador, sabía
que “Sin ilusiones ni ideales los pueblos no podrían vivir”. Entendió
que esa figura mítica que sería más adelante el Che,
contribuiría a inflamar de coraje a todo un pueblo.


Pero Guevara también era de los que tenían la larga mirada
del estratega. En carta a la madre del 20 de junio de 1955 (cuatro días
después del salvaje bombardeo a la Plaza de Mayo que había
dejado medio millar de muertos), Guevara se adelanta a los tiempos, califica
a esos “mierdas de los aviadores que después de asesinar gente
a mansalva se van a Montevideo a decir que cumplieron con su fe en Dios”,
y se refiere también a los dirigentes civiles de ese intento de
golpe de estado afirmando que “tirarían o tirarán -que todavía
no se aclaró todo- contra el pueblo a la primera huelga seria....
matarán a cientos de “negros” por delito de defender sus conquistas
sociales y La Prensa dirá muy dignamente que es ciertamente muy
peligroso el que trabajadores de una sección vital del país
se declaren en huelga”. Y lo fundamenta: “la Iglesia tuvo muchísimo
que ver en el golpe de estado del 16, y también tuvieron que ver
con eso “nuestros queridos amigos” (citando seguramente carta anterior
de su madre que así califica a los norteamericanos), cuyos métodos
pude apreciar muy de cerca en Guatemala”.


Una semana después de iniciado el golpe de Estado que derrocaría
a Perón, Guevara vuelve sobre el tema en otra carta (“Querida vieja,
24 de setiembre de 1955): “Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer,
cayó tu odiado enemigo de tantos años; por aquí la
reacción no se hizo esperar: todos los diarios del país
y los despachos extranjeros anunciaban llenos de júbilo la caída
del tenebroso dictador; los norteamericanos suspiraban alegrados por los
425 millones de dólares que ahora podrían sacar de la Argentina;
el obispo de México se mostraba satisfecho de la caída de
Perón, y toda la gente católica y de derecha que yo conocí
en este país se mostraba también contenta; mis amigos y
yo, no; todos seguimos con natural angustia la suerte del gobierno peronista...
Aquí, la gente progresista ha definido el proceso argentino como
“otro triunfo del dólar, la espada y la cruz”. Y, al final, agrega:
“Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me
amargó profundamente, no por él, sino por lo que significa
para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación
forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín
de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte...”.
Y hasta se permite advertir a su madre: “Gente como vos creerá
ver la aurora de un nuevo día...Tal vez en un primer momento no
verás la violencia porque se ejercerá en un círculo
alejado del tuyo”.


Pero si algo faltara para ratificar esa perspectiva que Guevara tenía
sobre el gobierno peronista, valga citar también la carta dirigida
a Ernesto Sábato, fechada ya en La Habana el 12/4/60: “Sería
difícil explicarle porqué... la revolución cubana
no es la “Revolución Libertadora...


No podíamos ser “libertadora” porque no éramos parte de
un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército
popular, levantado en armas para destruir al viejo, y no podíamos
ser “libertadora” porque nuestra bandera de combate no era una vaca, sino
en todo caso, un alambre de cerca latifundiaria destrozado por un tractor,
como es hoy la insignia de nuestro INRA. No podíamos ser “libertadora”
porque nuestras sirvienticas lloraron de alegría el día
en que Batista se fue y entramos en La Habana y hoy continúan dando
datos de todas las manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones
de la gente Country Club que es la misma gente Country Club que usted
conociera allá y fueran, a veces, sus compañeros de odio
contra el peronismo”.


¿Era peronista Guevara? Tanto como Perón fue guevarista.


 

01 octubre 2004

La política entendida como acto de la razón crítica

Por Ernesto Jauretche

La democracia como intercambio entre iguales

Un punto de partida para emprender el intento de una definición colectiva de lo que es la política es bajarse de los lugares de poder, evitar la actuación magistral. Ni los altos estrados del saber, ni los libros, la televisión o la radio ni los medios gráficos -útiles al sistema de colonización de las conciencias-, nos hablan de la democracia como intercambio entre iguales.

Nada reemplaza la relación personal en el debate de la política, que tiene tanto de arte como de ciencia. Para hablar de la política es necesario estar instalado en una práctica militante, de relación cara a cara con los compañeros para poder charlar, compartir, enseñar y aprender. La única forma de hablar realmente de política desde el campo del pueblo es mirándonos a los ojos, desde una posición sencilla y humilde, porque nunca hallaremos en ella una verdad absoluta; las épocas, la posición social, la circunstancias, describen a la política como un saber contingente.

Empecemos tratando de redefinirla; porque de la política tenemos en general hoy en día no sólo pésima opinión sino además una mala experiencia. Reformular los términos de la política me parece entonces el marco necesario para comenzar a trabajar el tema.

La política, es el discurso crítico por excelencia


Hay un tema que podría dar origen a todo lo que después fuera la continuidad del propio proceso de formación de conocimientos, de incorporación de elementos históricos, de recursos prácticos y técnicos para la práctica militante, es decir, el ejercicio de la política. Es que la política, lejos, muy lejos, de ser una práctica esquemática o jerárquica y vertical, es el discurso crítico por excelencia. Y esta es una premisa fundante del razonamiento político.

Esto es necesario fijarlo en la conciencia: es desde la política que se califica la realidad, en todos sus aspectos. Y únicamente lograremos éxito en este proceso de reflexión sobre la política si lo abordamos desde una perspectiva analítica de cada concepto, reflexiva de cada principio enunciado, razonando cada palabra y evaluando las circunstancias, los hechos y los comportamientos, elaborando la disidencia y construyendo la polémica.

Esta reflexión primaria e inicial que proponemos tiene que ver con la definición de la palabra política que vivimos en el presente. Uno de los pilares en que se funda nuestra decadencia y la desazón que se nos presenta al pensar en el futuro, es que nos han robado la política, esto es, el espíritu crítico. Porque la construcción de un pensamiento crítico debería entusiasmarnos siempre, ya que es parte de la alegría de servir y ser mejores.

Se hace política cuando se objeta o cuando se suscribe un hecho político, pero también cuando se examinan la vida social y las actitudes humanas cotidianas que afectan a la comunidad, y se hace política cuando se piensa en los proyectos de futuro.

Político es el instrumento que tenemos los pobres para cambiar nuestra realidad, porque somos mayoría. No tenemos otro recurso de semejante potencia; y deberemos recuperarla antes que ningún otro. Porque la lectura crítica de la realidad hace aflorar nuestra incomodidad e inadaptación a una situación dada y de ella emanan los recursos racionales para modificarla. Es desde la política concebida como discurso crítico que empezamos a cambiar la historia.

"En la medida que una actividad promueva los intereses de un determinado grupo social y que afecte o influya en el equilibrio de fuerzas sociales y en el orden social tal como se encuentran en un determinado momento, esa actividad tiene un carácter político", dice Martín Baró.

La política, entendida como acto de la razón crítica, es el primer paso de todo cambio


La política, entendida como acto de la razón crítica, es el primer paso de todo cambio. Y es, además, el instrumento concreto del cambio, de la transformación social, y la razón de la que emana toda evolución o revolución.

Es para conservar lo dado, para preservar el orden social injusto, que los sectores dominantes descalifican la organización política como herramienta transformadora de la realidad. Y los actores del sistema democrático han hecho su contribución para sumergir la política en el descrédito. Esa nefasta asociación la ha desprestigiado metódica y cuidadosamente para evitar que la práctica de un sano ejercicio de representaciones políticas se interponga entre una clase política supuestamente ilustrada y facultada para gobernar y las masas, consideradas una manada estúpida para comprender la realidad y por lo tanto ineptas e incompetentes para imaginar su futuro y decidirlo por sí mismas.

Hay un texto que responde a la campaña que durante los últimos 30 años ha tendido centralmente a despolitizar a la sociedad, a que los ciudadanos habilitados para el ejercicio de la política la identifiquen con todo lo sucio, lo inmoral, lo corrupto. Texto de un poeta alemán escrito hace más de 50 años pero con una vigencia extraordinaria.

“El peor analfabeto es el analfabeto político.

Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.

Él no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pescado,

de la harina, del alquiler, del calzado o el remedio

dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro

que se enorgullece e hincha el pecho

diciendo que odia la política.

No sabe, el imbécil, que de su ignorancia política

nace la prostituta,

el menor abandonado,

el asaltante y el peor de los bandidos,

que es el político corrupto

y lacayo de las empresas

nacionales y multinacionales".


Bertold Brecht


Este texto, de una personalidad que ha tenido una presencia histórica en la formación de generaciones de artistas en el mundo entero, me ahorra seguir profundizando a cerca de la importancia y el valor de la política.


También es política estas "cosas" que nombramos "modelo" y "sistema"


También es política esta cosa que nombramos "modelo". El modelo económico no es una simple elaboración teórica, científica, neutra ni sin ideología diseñada por profesionales formados en las universidades más famosas del mundo. Detrás, o más bien dentro de ese "modelo económico", está el debate crítico en el conflicto social por la apropiación del excedente económico; y en sus postulados consideran el proyecto histórico de la Nación. Y esos "expertos" no son más que los principales actores de la política que sostienen al sistema.

Ese mismo "sistema" es una formación política. Complicada, porque la globalización y el achicamiento del mundo que promueven los adelantos científico-técnicos, la expansión del mundo de las comunicaciones y la existencia de las empresas multinacionales relaciona -o encadena- a la economía y a la política nacional con la de todo el planeta. Forma parte del proyecto global capitalista y está por encima de los intereses de las poblaciones, de las sociedades nacionales, incluso de sus poderes locales.

El "modelo" que gobernó durante los últimos 30 años alcanzó su hegemonía en tanto fue capaz de manufacturar en la opinión pública una convicción sobre la superioridad de lo moderno, que era el mercado a través del cual se equilibrarían las asimetrías sociales y los argentinos ingresaríamos al Primer Mundo. Esta premisa neoliberal de la llamada globalización reemplazó toda otra certeza, incluso las ideas liberadoras implícitas en las bien probadas opciones por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica: es el llamado "pensamiento único". Y ese consenso racional desplazó todos los valores éticos y morales por las leyes del costo-beneficio y todas las pasiones por intereses cuantificables. Y como la política se nutre de ambiciones, esperanzas y utopías, es un obstáculo a esta cosa sistemática, matemática y pragmática, sin alma ni patria que es el mercado.

La demanda social organizada, esto es la política, altera las sacrosantas leyes del libre juego de las fuerzas del mercado.

La política gobierna el diálogo entre el ciudadano y el gobierno, de los individuos con las instituciones; es decir, es el procedimiento para luchar por el poder. Por eso se la denigra.

La política define las relaciones sociales desde lo concreto, no solamente desde lo simbólico o ideológico. Este es el aspecto más importante de la política: el discurso crítico que permite construir el debate social en la disputa por la distribución de la riqueza. La política no es retórica, es una lucha económica, es una contienda por la construcción de relaciones de fuerzas para la apropiación de recursos materiales.

Desde una óptica discrepante con el pensamiento emanado de los grandes centros de poder, Arturo Jauretche describió en 1935 la relación existente entre el sistema global y nuestros intereses nacionales.

"...mientras no comprendamos que hay una superestructura que rodea al Estado y lo somete a sus fines constituida por la finanza, no comprenderemos nada. El vigilante no está puesto para cuidar la libertad de los argentinos, sino para impedir que la libertad de los argentinos lastime los intereses de las finanzas, pues bien, tenemos que crear las instituciones de la causa en que la función del vigilante sea meter la finanza en vereda para que no lastime la libertad del pueblo... El error está en creer que el régimen es el cuerpo de hombres que manejan el partido de la concordancia, cuando éstos son meros instrumentos. Los que gobiernan son sociedades anónimas, frías creaciones del dinero, sin sangre, sin corazón, sin ley, sin patria y para peor, con asiento principal fuera del país y obedientes a políticas que sirven a fines imperiales..."

¿Cómo se identifica el discurso de la política? Pues es política todo aquello que revela el principio universal y básico de que siempre que alguien gana, alguien pierde. La respuesta básica de la política es la que da cuenta de estas preguntas: ¿Quién gana? ¿Quién pierde?


Discurso crítico y la herramienta crítica por excelencia


Es que la política, además de ser el discurso crítico por excelencia, es también la herramienta crítica por excelencia, porque es construcción de poder.


En esta disputa crítica, la política es el arte de imponer los intereses de unos sobre otros. En esa lucha por el reparto de la riqueza definir la política nos lleva no a una decisión entre teorías intelectuales sino básicamente a una cuestión de intereses. La política es un debate de intereses materiales donde está en disputa el excedente económico socialmente generado, aunque también tiene un lado simbólico, que sobre todo interesa a los pueblos porque vivimos nuestras Naciones con la trascendencia de nuestro pasado y nuestro futuro. El territorio si se quiere simbólico o imaginario en el que actúa la política es el de la construcción de los destinos de la Nación. Allí la ciudadanía, las agrupaciones, los partidos políticos, todas las instituciones organizadas de la ciudad y el campo, todos los hombres y mujeres del país debaten no solamente "su momento", sus subsistencia, sus situaciones particulares sino que además tratan de proyectar su práctica en procura del bienestar de sus hijos y de sus nietos. Esto es, la política nos habla también de cómo orientar las transformaciones actuales en función de un plan, de un proyecto en función de lo que los argentinos queremos hacer de nuestro país.

Entonces, si el objeto de la política es el poder, la política es la construcción de relaciones de fuerzas.

"Lo que hace político un acto es su capacidad para influir en la estructura social, en las relaciones de poder y en el orden establecido, reforzándolos, modificándolos, subvirtiéndolos, imponiéndolos", define la colombiana Maritza Montero.

En este ejercicio de construcción de nuestra mayor fortaleza en la correlación de fuerzas, se utilizan muchos recursos que tienen que ver con la experiencia organizativa y la conciencia política de las masas ciudadanas. Pero toda acción política dirigida hacia la toma del poder, en las actuales circunstancias, estará referida a nuestra participación en el sistema democrático.


La democracia representativa


La democracia representativa establece un sistema donde los representados autorizan a decidir a sus representantes; les otorgan esa facultad pero también esa obligación. Los representados ceden su capacidad de discernir y dictaminar sobre sus intereses en las instituciones de la República (los poderes ejecutivo, legislativo y judicial) del Estado; pero los representantes en cambio adquieren a través de la legislación existente la obligación de responder a sus representados en el cumplimiento de sus obligaciones de representación.

Al mismo tiempo el sistema de la democracia representativa nos nutre de otros elementos que nos permiten constituirnos como cuerpo eficaz para la transformación: ese es el espacio donde se construyen los acuerdos y conciliaciones políticas, se logran los consensos, se constituyen las mayorías y donde -en fin- se establece el tamaño de nuestro poder en la correlación de fuerzas con otros intereses.

El sistema establece que el ciudadano goce la libertad de nuclearse de determinada manera en función de la legislación existente y de alistarse en partidos políticos y a partir de estructuras que socializan el pensamiento y expresan sus intereses de una manera organizada. Si no existiera esta forma evolucionada de expresarse, como la política es un debate de intereses, viviríamos la "ley de la selva". Lo que hace la Constitución, las leyes y el sistema democrático es civilizar el debate por el reparto de la riqueza.

La intermediación sociedad-estado la establecen los partidos políticos, que tienen como tarea y deber expresar intereses ciudadanos determinados por su representación social, el reclutamiento y el entrenamiento de los representantes que después van a llegar al poder para defenderlos.

En esa mediación política, los partidos tienen a su cargo la elaboración orgánica de una discusión que permite discernir entre lo deseable y lo posible, entre lo teórico y lo empírico, entre lo ético y lo pragmático, entre las intenciones y los resultados.

Así lo pensaron los constitucionalistas que escribieron numerosas versiones de normas civilizatorias a través de nuestra historia.


Civilizar fue desnacionalizar


Pero el sistema republicano que se instituyó en la Argentina no fue la respuesta a las necesidades de una organización nacional adecuada a las características del país y de su sociedad. Por el contrario, se importó la norma elaborada para otras realidades por seguir acríticamente la moda iluminista derivada de la Revolución Francesa -el "pensamiento único" de la época-, exitosa en diferentes latitudes. En palabras de Jauretche: "Si el sombrero no entra, hay que achicar la cabeza a la medida del sombrero". La tragedia de la dicotomía de civilización y barbarie, que consideraba al hecho cultural propio como anticultural y se propuso construir Europa en América. Con lo que civilizar fue desnacionalizar.

Es por eso que las normas de estas llamadas "instituciones democráticas" son para nosotros en general difíciles de servir. Inevitablemente, si van en contra de la naturaleza de las cosas, la realidad, por algún lado, las va a romper.

Esa democracia formal fue dando soluciones precarias o fue violentada tanto por golpes de estado conservadores del orden existente cuanto mediante grandes movilizaciones sociales como las revoluciones populares de 1890, 1945 o el 19 y 20 de diciembre de 2001, que terminaron con gobiernos y generaron los cambios más trascendentales de nuestra historia transgrediendo todos los mecanismos legales establecidos.

El 11 de marzo de 1973 la voluntad del país real, al expresarse electoralmente, se apropió de las instituciones del país formal y burló las restricciones impuestas a la soberanía popular. Por eso en 1976 los defensores de la civilización occidental y cristiana se propusieron terminar con esa contradicción aniquilando a los actores de la democracia real. Y después del último genocidio que vivió nuestro país, cuando creyeron llegada la hora de dejar instalada la democracia oficial, volvió a regir el corset técnico de las instituciones y los partidos políticos recuperaron aparentemente sin riesgos su papel formal.


El debate central de la política es la disputa por el excedente económico


El debate central de la política, la disputa por el excedente económico, había perdido uno de sus protagonistas: las clases populares, privadas de un partido político a través del cual expresar y defender sus intereses.


Ese desamparo se ahondó a partir del 1987. En el proceso que se llamó "la renovación" el peronismo se disolvió como movimiento y comenzó a parecerse cada vez más al radicalismo y los métodos y formas conservadoras. Abandonó su historia y también su representación social, vigentes desde 1946, cuando todos los partidos de estructura republicana se enfrentaron a una fuerza social organizada como movimiento y fueron derrotadas por el peronismo.

Era lógico que sucediera a ello el monólogo de los poderosos y se preparara el advenimiento del menemismo.

Como pretendía el "progresismo", habíamos pasado de formas caudillescas, aluvionales, multitudinarias, a la Democracia Representativa. Una racionalidad que abomina de los liderazgos, de las formas de democracia directa, del asambleísmo que caracteriza las formas de democracia real que se practica en toda la América Latina. En una palabra: así como muchos creyeron que con la globalización económica estábamos entrando al Primer Mundo, en materia de organización política institucional habríamos superado "el populismo" e iríamos camino a lo que se llama "una democracia moderna". Pero hay un pequeño olvido: esa superación y la construcción de un modelo democrático representativo al estilo europeo o norteamericano, no se dio como resultado de la VICTORIA del pueblo.


La democracia actual nació de la DERROTA social y el robo de la política



Esa fue la democracia que los argentinos recibíamos después de una de las mayores desastres que ha sufrido el campo popular.

Nos habían quitado a los 30.000 mejores cuadros políticos formados en el proceso de resistencia que fue de 1955 a 1976. Pero también esto se daba en un marco donde la llamada globalización empezaba a hacer tabla rasa con las identidades nacionales y con todas las ideologías de cambio; cuando era difícil sobreponerse a la expansión mundial del capitalismo alentada por la caída del mundo socialista; cuando la economía del mercado era un paradigma indiscutible y la globalización se presentaba como el más alto nivel de organización al que había llegado la especie humana. Todo esto caló sobre muchas de las conciencias de muchas sociedades con larga experiencia de lucha, no sólo de la argentina.

Fue un proceso mundial en el cual tenía cierta racionalidad que el sistema político perdiera sus objetivos: no había nada para discutir. Todo estaba resuelto y la política sería denigrada, descartada como medio de transformación, porque las soluciones iban a venir del mercado. Ese era el mensaje que recitaban unánimemente los medios de comunicación, que replicaban todos los sectores de la intelectualidad, la academia, la investigación y la universidad, presuntos santuarios del pensamiento crítico.

Como resultado constituimos una democracia funcional al modelo económico que interactúa con el sistema de dominación: la democracia reproducía los cuadros para la administración del modelo económico y el modelo económico refinanciaba la reproducción de cuadros políticos que los partidos creaban para sostener un sistema integrado e interactivo.

Si lo pensamos bien: teniendo en cuenta semejante situación desfavorable para los intereses del pueblo, nos fue bastante bien. Esa hegemonía oligárquica irresistible no mató la conciencia ciudadana ni aplastó la resistencia social. Esa poderosa colusión de intereses de todo tipo no exterminó el movimiento de base. La sociedad respondió generando estrategias de supervivencia que fue politizando a lo largo del tiempo: piqueteros, organizaciones de desocupados, merenderos, comedores, movimientos de jubilados, de mujeres, de jóvenes se extendieron por el territorio y aprendieron a pelear y a constituir agrupaciones. Salieron a defenderse y en esa lucha de resistencia fueron generando una nueva clase dirigente, de dirigentes de nuevo cuño.


El subsuelo de la Patria preparando su sublevación, hubiera dicho Scalabrini Ortíz


Esa democracia, por más corrupta y perversa que haya sido, no impidió que la libertad funcionara.

Estos jóvenes militantes de hoy, entonces, tienen la capacidad de recuperar el discurso crítico de la política, porque no sufren esa limitante fundamental que es la autocensura. Esta nueva sociedad que se va a formar a partir de los jóvenes que hoy están avanzando va a tener espíritu crítico porque ya no los paraliza el miedo, que fue el factor fundante de la subordinación social de los años anteriores.

Por eso, a despecho de algunos pesimistas que plantean que hay que regresar al hegemonismo, la autoridad y el verticalismo, existe una mejor alternativa: perfeccionar la democracia, porque todavía no tenemos la fuerza necesaria para imponer un nuevo modelo de representaciones sociales.

Esta democracia deberá ser corregida si queremos acceder a una Patria nueva, inclusiva, participativa, en libertad y con justicia social. Y lo primero que debe estar sujeto a la crítica es el régimen de partidos políticos en que se sustenta.


¿Cuál y de qué naturaleza es la relación que existe entre el sistema político y la ciudadanía?


La relación que cualquiera conoce y la forma de construir consensos que practica el régimen de partidos políticos, incluidos algunos núcleos sociales que se erigieron en fuerzas políticas en los últimos años -incluso después del 2001- es, para nombrarlo con la palabra tradicional, "el clientelismo".

Algunos textos europeos elaborados en base a análisis de los sistemas políticos en sociedades ricas, dan letra a la confusión del clientelismo con el asistencialismo

Pero en nuestra realidad, estamos hablando de dos cosas muy diferentes.

Uno,(clientelismo) se refiere exclusivamente al funcionamiento de los partidos, devenidos en corporaciones.

Otra,(asistencialismo) remite a la inmensa magnitud de la pobreza y la marginación, que demanda el auxilio eventual del Estado.

El primero,(clientelismo) evoca los penosos episodios de corrupción en el manejo de las instituciones, que sintetiza el postulado que reza: "Ante cada necesidad, nace un negocio".

La segunda,(asistencialismo) en cambio, supone el rescate en la emergencia de la tesis evitista de que a cada necesidad se corresponde un derecho y a la obligación tutelar del Estado.

El clientelismo es una relación de dependencia económica no de relación política. Genera una forma de intercambio en el cual el dirigente ofrece dinero para las denominaciones clásicas de los integrantes; se acabó la militancia, ahora todos son profesionales. Y cualquier actividad partidaria, será rentada. Y sus necesidades de recursos económicos serán crecientes. Y así se ingresa a otro estadio del sistema: es ilegal que un partido se convierta en una empresa que reproduce dinero para poder reproducir la política.

La necesidad de ejercer actividades ilícitas para obtener recursos con que sostener a sus clientes, y las consecuentes complicidades, debilitan las convicciones éticas y morales de los afiliados, de la cúpula hasta las bases del partido. Pero, además, una campaña electoral supone enormes inversiones. Entonces hay que acceder a mayores compromisos que a su vez cuestan mucho más dinero. Y empieza a funcionar otro nivel de financiación: la famosa Banelco, "cobrar peaje" por leyes del Congreso, acomodar funcionarios o "hacer lobbie" para las corporaciones económicas, vender favores y créditos bancarios, canjear el desliz en alguna ley de una palabra que permita a una empresa determinada evadir impuestos a cambio de una participación, recaudar por poner una firma a un despacho, etcétera, etcétera; por plata todo vale. Y otra vez la negación de la política: "El fin justifica los medios".

No son ellos en particular como personas los corruptos, el sistema está corrompido. Porque ese dirigente o funcionario o legislador responde a sus intereses pero también a los intereses del círculo que compone; se tiene que sostener él en el puesto, pero además sostener al partido que lo llevó a ese lugar y al bloque o al grupo que "lo banca" también. Terminan asociados a bancos y empresas de todo origen porque si no se les cae la estantería, y esto implica cada vez una más estrecha relación entre el poder político y el poder económico.

Y ya no solamente destruyeron la política: destruyeron su propia capacidad de defender los intereses de sus representados. He ahí la famosa "crisis de representación", y la consistente certeza de que existe complicidad entre el sistema político y los intereses de la clase dominante.

Los partidos se convierten de esta manera en maquinarias para ganar elecciones, sin más horizonte que el de los próximos comicios. ¿Para qué "formar cuadros", "pensar el país del futuro", servir a sus representados o perder el tiempo en debates ideológicos.?

Esta estructura profesional empezó por parecer muy inteligente, porque se parecía al modelo italiano o a los partidos políticos tradicionales norteamericanos. Y así fue: es esa misma calidad de democracia que llenó de funcionarios corruptos las cárceles de Roma y la que otorgó el triunfo a Bush después de haber sido derrotado por Gore. Es la consagración del modelo civilizado que terminó con la barbarie del populismo.

Sin embargo, este sistema político gozó de excelente salud hasta los acontecimientos de fines del 2001. No fue consecuencia única de la traición dirigencial; se instaló con el mismo consenso que tuvo el proceso de incorporación de Argentina a la modernidad, cuando la sociedad entera compró el proyecto de entrar a la sociedad de consumo a costa de la marginalización de amplias mayorías, la desindustrialización y la deuda externa.

Y este sálvese quien pueda se trasladó al lenguaje cotidiano de los argentinos


Nos acostumbramos a no escuchar más la palabra "pueblo"; ahora es la "gente", que no significa lo mismo: la palabra pueblo alude a una organización histórica de habitantes de un territorio y una cultura dados y gente es apenas un montón de individuos.

Ahora decimos "cambio", cercenando el carácter histórico del concepto "revolución".

Los peronistas perdimos hasta el uso de la palabra "justicia social"; es más moderno decir "equidad", pero trastrocamos el concepto de dar a cada uno lo que necesita por el de otorgar lo que merece.

La palabra "militancia" desapareció del lenguaje político; en algunos casos se la reemplaza por "voluntariado social", que nada tiene que ver con la idea de "mílite" o integrante de una "milicia", que significa núcleo compacto organizado y disciplinado, dispuesto a dar su vida por un proyecto. La palabra militante desapareció, hay que recrearla.

Y llega a un punto tal que en las mismas celebraciones de nuestros días los mismos peronistas a veces nos traicionamos. ¿Qué es el 1º de Mayo para los peronistas?: el día de los Trabajadores, la Fiesta del Trabajo. Se desvaneció el concepto colectivo pues en los últimos afiches que pegaron los mismos gremios se veía que decían: "Día del Trabajador". La propia JP se traiciona el último 17 de noviembre en un afiche donde se recuerda el "Día del Militante", cuando toda la vida fue el día de la militancia.


"La dependencia económica de un país se apoya en su colonización cultural"



Esta tremenda degradación de nuestra conciencia política fue entrando en nuestra cabeza en este último período sin que nos diéramos cuenta. "La dependencia económica de un país se apoya en su colonización cultural". Esta es la "colonización pedagógica" de que hablaba Jauretche.

"La propaganda es a las democracias occidentales lo que la cachiporra al estado totalitario", afirma el lingüista Noam Chomsky: "Fabricar consenso es producir en la población la aceptación de algo inicialmente no deseado", agrega. Y cita a Walter Lipmann, decano de los periodistas norteamericanos, que defendía la legitimidad de que una minoría especializada de hombres responsables que ejercen la función ejecutiva, piensen y planifiquen los intereses comunes, para proteger a la democracia del "rebaño desconcertado cuando brama y pisotea, domesticarlo para que no se moleste en ir a votar, evitar que participe en las acciones, asegurarse que permanezca en su función de espectadores, distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa".


La política real a la que tenemos que volver para emanciparnos de la "colonización cultural" y la "manufactura de los consensos", se rige por "valores".


La afirmación de Jauretche y estas ideas de intelectuales norteamericanos tienen un alcance universal, se refieren a la práctica política en general, no a determinado partido político, de izquierda de derecha o de centro. Del mismo modo, vale en el caso la siguiente reflexión de Evita: ..."el peronista nunca dice yo, ese no es peronista, el peronista dice nosotros; el peronista nunca se atribuye sus victorias se las atribuye siempre al pueblo, y cuando en el movimiento hay un fracaso, los fracasos son nuestros. El peronista se debe atribuir siempre los fracasos, las victorias, en cambio, son del movimiento, o sea el pueblo".

Esto es política, esto es la conceptualización ética de la política a la que debemos volver. Esta es la filosofía que nos ha de dar la victoria frente a este sistema corrupto, frente a esta colusión de intereses del atraso y la dependencia que aparece como indestructible.

Esta es la manera por la cual el militante debe empezar a construir su espacio social alrededor de él. Desde la perspectiva clara que dice "la victoria de todos es mi victoria", para enfrentar esa otra concepción que lleva a la calle a pintar: "fulanito conducción", y que se traduce a discursos tales como el "síganme", inspirados en la egoísta idea individual que dice "si yo gano, todos ganamos". Es la reiteración en otro orden de la "teoría del derrame". Nos quedamos esperando que el vaso de la riqueza llenara las arcas de los poderosos para que cuando rebalsara nos bañara de bienestar y prosperidad. Tarde comprendimos que el vaso no era tal: era un embudo. Y nuestras riquezas fluyeron, sí que abundantes, pero hacia el exterior mediante la fuga de capitales que se llevó nuestro trabajo y el patrimonio histórico de la Nación. Del mismo modo se evaporó la confianza en nuestros dirigentes.


Es desde este principio que tenemos que proponernos perfeccionar la democracia


Volvamos a aquella política, elaborada colectivamente, socialmente, entre compañeros que se tienen amor entre sí para ir construyendo la relación de poder que tenemos los militantes de la verdadera política frente a los mercenarios de la política.

El sistema se ha convertido en un espacio absolutamente impermeable que no permite el ingreso de nadie y por sí mismo no va a modificarse. Ninguno de los dirigentes que practican esta forma de hacer política se va a ir por propia decisión; va a ser necesario echarlos y a patadas, porque seguramente no se van a querer ir de muy buena gana.

Más tarde o más temprano, la situación de la Argentina y el rumbo de esta República -y digo República expresamente porque me quiero referir a los aspectos formales de cómo se conduce- lo va a determinar una elección, y el debate sobre el cambio se va a dilucidar entre los partidos políticos autorizados a concurrir a las urnas.

Si nosotros no perfeccionamos esta democracia, la dirigencia corrupta va a seguir traicionando a la sociedad, pero sobre todo traicionando a los sectores más desposeídos, que no van a tener expresión política.

Como el sistema va a resistir van a abundar las tentaciones de resolver esa dificultad política de expresión de las nuevas generaciones y de la auténtica política y de la ética política por medios no democráticos. Esa experiencia ya la realizamos en los 70´, no nos fue bien, no sería bueno que se repita. Por ahora, mientras el campo popular esté tan débil, no nos queda más que el ejercicio de la política para ganar espacios en este sistema. Nos robaron la democracia, tenemos que recuperarla; nos robaron la política, tenemos que recuperarla. Y no aceptar los cantos de sirena que predican la "apolítica", porque ésa es también una política, pero la que conviene a los privilegiados que aspiran a que nada cambie.

El camino lo marca esta transición que se está dando muy aceleradamente, que convierte a los militantes sociales en militantes políticos; saliendo de los espacios sociales pero llevándose la representatividad de los intereses del pueblo. Esos sectores nuevos, que se generaron en los últimos 10 años de resistencia al modelo, son los llamados a reemplazar a los políticos del establishment, a los servidores del sistema.

"Donde hay una necesidad, nace un derecho"


Esto indica que es preciso revalorizar la militancia como instrumento de transformación recuperando el concepto de Evita: "donde hay una necesidad, nace un derecho". Porque los derechos no se reciben graciosamente; se conquistan. Hacer política es construir el derecho que da respuesta a esa necesidad.

Militar va a ser la fundamental manera de recuperar la política, porque el militante no es solamente un ser sensible ante la injusticia, ante el dolor ajeno; militante es aquel que siente, que sufre el dolor ajeno como propio y lucha para resolverlo. No basta con quedarse en la situación del progre que observa y se ofende ante el sufrimiento de los desposeídos. Militante es aquel que además se mete entre la gente del pueblo y construye solidaridades y consensos y va construyendo un poder colectivo.

Este es el camino ya probado muchas veces en nuestra historia. Y ése es el sentido de este Seminario. Venimos a compartir con ustedes estas reflexiones para considerar en conjunto cómo cambiar la realidad que tanto nos aflige. Venimos a devolver nuestra experiencia larga y dolorosamente adquirida, pensando en discutirla y aportarla para elaborar una nueva experiencia política, una nueva alternativa para la militancia de estas nuevas generaciones. Un aprendizaje que costó mucho, y un camino nuevo que también va a costar mucho. Por eso todos los que tomen este rumbo tienen que saber lo que están haciendo, y hacerlo con convicción, con fortaleza, con conciencia.

También aprendimos que la política se hace paso a paso. Una de las zonceras grandes en estos últimos años, es la que dice: "hasta la victoria final". La victoria final no existe, la victoria es la del día a día. La política se construye con avances por pequeños espacios; cada escalón es un victoria.

Cuando tengamos una gran victoria, será que la victoria final todavía estará por venir. Porque la victoria siempre se va a alejando, como se aleja la utopía, que -como dice Galeano- "es como el horizonte"; no sirve para llegar sino para caminar.

Bien que al caminar hacia la utopía damos todos los rodeos a que la política nos obligue. Pero se trata de no perderse, de perseguir sin prisa y sin pausa, con perseverancia, un destino: alcanzar la utopía será siempre nuestro objetivo.