15 agosto 2002

Evita, 50 años de ausencia

Por Eduardo Toniolli

Publicado en el Períodico Aguafuertes (Asociación del Magisterio de la Provincia de Santa Fe). Agosto 2002


Por esa extraña fascinación que ejercen los números redondos, las efemérides, ese puñado de remembranzas más o menos compartidas año a año, adquieren valor superlativo en presencia de una fecha significativa.


Cuando se trata de hombres o mujeres que marcaron a fuego la memoria popular, y se convirtieron en referencia y motor de valores compartidos por las mayorías sociales, el olvido ya no alcanza para que salden sus deudas con el pasado, aquellos que se sienten incómodos con la carga simbólica de la figura en el tapete.

Sucedió con San Martín, convertido por Mitre en figurita de la iconografía liberal, para tergiversar el sentido americano y patriótico de su gesta emancipadora. Otro tanto resulta de la incomodidad que evidencian algunos figurones del partido de gobierno, al recordárseles la grandeza del proyecto histórico que encarnó Perón, cotejándolo con la pequeñez que evidencian en su rol de levantamanos del FMI (algunos sólo atinan a recurrir al viejo adagio menemista: "Los tiempos cambiaron").

El fin de mes de julio, nos encontró, entre homenajes honestos y de los otros, recordando la partida prematura de Eva Perón, Evita para la inmensa masa de trabajadores que la prensa canalla quiso desdeñar con el mote de "descamisados", acaso sin saber que esta se haría cargo de llevar el adjetivo con genuino orgullo de pueblo.

"Trepadora, prostituta, bataclana, demagoga, autoritaria"... esa mujer. Conoció todas y cada una de las variantes del desprecio de los poderosos de la tierra. Y es que, tan grande como la marea humana que la hizo suya e inmortal, fue el odio clasista que la demonizó.

Pusieron el grito en el cielo todos y cada uno de los representantes de la vieja política criolla: conservadores, liberales, progresistas, y hasta revolucionarios de boca ancha y lomo esquivo al contacto con los obreros de carne y hueso. Todos ellos representantes de una república ficticia abandonada a su juego, donde los hijos de la tierra tenían lugar como convidados de piedra, y estaban autorizados a hablar sólo por boca de otros.

Ella fue emblema y síntesis de esos hijos bastardos de la patria y por eso la odiaron, como odiaron la impertinencia del cabecita negra con las patas en la fuente, la insolencia provocadora del Monito Gatica, la corbata desmedida y el fraseo ostentoso de Alberto Castillo, la mersa paseando por la costanera de Mar del Plata y la soberbia del que se sabía reivindicado en fuero interno y protagonista principal de una historia que hasta allí le había sido esquiva.

Decir que Evita fue una de las referencias ineludibles de un proyecto que dignificó a los hombres y mujeres argentinas de a pie, puede resultar una expresión ajustada a la verdad histórica; sin embargo, demasiado fría como para dar cuenta de una mística que todo lo revolucionó. Por ello mismo, definir el amor con el que su recuerdo nos atraviesa, en estas pocas líneas, es una labor que desde el vamos está destinada al fracaso.

Quizás alcance con decir que cargamos con su ejemplo para la construcción de la gesta que nos debemos como pueblo, haciéndonos cargo de recoger su nombre y llevarlo como bandera a la victoria. Que así sea.